La lectura de la semana: Naná, de Émile Zola



Cubierta de una edición inglesa
Si la Dama de las Camelias es el amor romántico, Naná es el deseo carnal. Cuando Naná aparece por primera vez en el teatro, con el papel protagonista en una opereta, todo París se rinde a sus pies. Bueno, no todo París, más bien todos los hombres de París. Para ser más específicos: todos los hombres de París que pueden pagar su precio (y algún que otro ingenuo como Georges, que jamás podrá pagar pero que aun insiste, por si ella es caritativa...). Naná no canta, no baila, no actúa, pero no importa. Es bella, y subir a escena prácticamente desnuda le vale, a esa golfilla de origen poco claro, de pasaporte hacia el lujo y la comodidad. Lo único que tiene que hacer es escoger con cuidado al amante que ha de satisfacer sus extravagantes caprichos y luego ya se divertirá de verdad con quien le venga en gana. La elección resulta certera y por partida doble. El banquero Steiner se ha fijado en ella y también el Conde Muffat (ambos de muy muy posibles) pero Naná no se queda con ninguno en exclusiva. Jugando con ellos se complace en inflamar al banquero para no darle nada a cambio de mucho, y sobre todo, en ir derribando poco a poco las barreras de la religión y la moral en el Conde, al que lleva de humillación en humillación atrapándolo cada vez más en su red. Y es que el ingenuo Muffat es premio gordo de una lotería de lujos y caprichos y tiene pocas defensas ante una mujer de mundo, una femme fatale, que, mientras lo atrae a sus redes y le alivia la cuenta corriente se divierte con otros, aunque haya quien no se de por enterado.

No todo es brillo y esplendor en una cortesana. En el camino de la vida, la de Naná también presenta momentos malos. Cuando se confía demasiado, otras bellezas ocupan su lugar. Se enamora, pero sufre maltrato por parte de él y debe desaparecer por un tiempo, volver al arroyo del que salió, recordar la miseria y entregarse a desharrapados por unas escasas monedas a fin de sobrevivir. Pero Muffat no la olvida. No puede, porque está perdidamente enamorado de Naná. Y cuando ésta vuelve a aparecer en la escena y en la sociedad parisina, él abandona a su familia para correr al lado de la cortesana, que no duda ni un segundo en aprovechar la ocasión. Ahora, el Conde es su único pagador, aunque no su único amante. El desgraciado invierte en los caprichos de su amada, le pone casa y criados, le compra todo aquello que desea, le asigna una renta más que generosa para que viva con desahogo. Y ella le paga haciendo eso mismo con Satin, otra golfilla del arroyo que es, a su vez, la cortesana a quien Naná mantiene a todo lujo: los caprichos de Satin los paga Naná de la fortuna del Conde a cambio de un poco de... ¿amor? 
Naná, por Manet

El pozo sin fondo que es la protagonista de la historia no se colma nunca. La fortuna de Muffat se va por el sumidero del placer de Naná y los restos de su hacienda se los disputan los acreedores. Cuando el naufragio es evidente, Naná busca la manera de desembarazarse de ese hombre que ahora no le sirve, que le estorba, y que ahuyenta otras posibles fuentes de ingresos. Sin embargo, no es hasta que la sorprende en brazos de otro que por fin él se da cuenta de cómo es en la realidad: una ramera que se vende al mejor postor y que ha metido en su lecho a todos los hombres de París: incluido su suegro que es el hombre con el que la descubre. Ya es tarde, sin embargo para volver a su vida de siempre. La familia ya no existe: la hija se apresura a gozar de un dinero que antes le estaba vedado por la vida austera que la religiosidad paterna le imponía, antes de que "esa" acabe con todo, y termina haciendo un matrimonio "pagado" para huir del control de sus padres. La Condesa, despreciada, toma notoriedad por el ardor y la liberalidad con que trata a sus muchos amantes y se venga así del olvido de su esposo que ahora paga a Naná y al amante de turno de su mujer.

Es notorio que Naná arruina a todo aquel que toca y que tras ella quedan deudas, deseos no satisfechos y suicidios. Para huir del tedio que le provoca París, desaparece durante un tiempo: se va de viaje y la rumorología cuenta que ha triunfado en San Petersburgo o que vive mendigando en El Cairo... Hasta que vuelve a la gran ciudad, moribunda por haber contraído unas viruelas.

Naná en Jábega
Una fantástica novela, que tiene la virtud de no edulcorar la vida de una cortesana que acaba con todo aquel que se relaciona con ella. Un retrato fiel de las más famosas mujeres de mundo; de esas que, como la Bella Otero, medían su éxito por el número de suicidios y de fortunas dilapidadas que dejaban a su espalda. La egoísta que lo único que busca es satisfacer sus deseos y que muere al final, clamando por vivir más, sin arrepentirse, sin pedir perdón, y sin recoger el fruto del mal que ha sembrado durante los tres años de su reinado. ¿De qué se va a arrepentir?, ¿de vivir la vida? No hay justicia poética, al final de Naná, pero de todas formas... ¿quién es capaz de resistirse a la Venus rubia?

En la Biblioteca la tenemos para que disfrutes de ella. ¿Te gustó el final?

Remedios Herrera Gutiérrez. Sección de Adquisiciones, Préstamo Interbibliotecario e Información y Referencia.



Comentarios

  1. Una sugerencia realmente atrayente, una reseña que hace apetecer la lectura, el cuadro de Manet está elegido con gusto, una buena propuesta, lo leeré, gracias.

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    1. Una obra fantástica, querido Siroco, que te va a encantar. Naná es una obra muy fresca que sigue impactando por su libertad aun hoy en día.

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