De camino al dentista me encontré con Morris Townsend: "La Heredera"

La situación que ahora os cuento, me inspiró el tema de este post sin yo buscarlo. Un muchacho alto, joven, muy moreno, aporreaba con fuerza la puerta de entrada a un edificio antiguo del centro. Llamaba gritos a una tal Ana María. La intensidad de los golpes en la puerta, un cierto matiz de desesperación en sus voces y la ausencia de respuesta por parte de la susodicha, me recordaron a Morris Townsend en la escena final de La Heredera, clásico que William Wyler dirigió en 1949. 

La Heredera se basa en la novela “Washington Square” (1880), de Henry James. El escritor tomó la idea de una anécdota que le contó una amiga acerca de su hermano, quien buscando asegurarse una vida de lujos sin esfuerzo, planeó  casarse con una joven tan rica como poco agraciada. El padre de la chica, adivinando las intenciones del cazafortunas, amenazó con desheredarla. Frustradas sus esperanzas de una vida regalada, el joven rompió el compromiso, dejando a la chica con el corazón roto.

Este es uno de los pocos ejemplos en los que me gusta más la adaptación cinematográfica que la obra escrita, siendo la novela una lectura magistral. Pero el final de la película, ¡ay, ese final! Me desvié de mi ruta sólo para observar al chico, que seguía llamando con insistencia a la ausente Ana María. Faltaba la aldaba en la puerta y en lugar del carruaje victoriano había una scooter aparcada enfrente, pero las mentes adictas al cine y la literatura suelen pasar por alto estos nimios detalles.

La misteriosa Ana María ¿sería una chica tímida y feúcha, algo simplona pero de buen corazón, como la Catherine Sloper de Henry James? Con tantas voces temí que el estricto doctor Sloper saliese de repente por la puerta y nos reprendiera al chico y a mí severamente por aquel escándalo intolerable. 

Austin Sloper es un famoso médico viudo perteneciente a la alta burguesía del Nueva York de mediados del XIX. Tiene una única hija, Catherine, a la que trata con desprecio condescendiente, proyectando en ella su cínica amargura. La compara siempre con su bella y desenvuelta esposa, ya difunta, de la que estaba (y sigue estando)  profundamente enamorado.  Se avergüenza de su hija por su físico vulgar, su falta de ambición, su escasa inteligencia. Catherine, por el contrario, ama y respeta de verdad a su padre, sin reparar en la ausencia de cariño del que es objeto por su parte.
En la boda de su prima conoce a Morris Townsend, joven muy guapo y brillante, pero sin fortuna familiar ni oficio conocido, que de inmediato se muestra atraído por ella. La tía Lavinia, hermana del doctor Sloper, que vive con ellos en la casa de Washington Square, alimenta con sus fantasías románticas la relación entre ambos, haciendo caso omiso de las advertencias del doctor que se opone a las intenciones de la pareja.

A mi parecer, en la película, Montgomery Cliff representa el papel de Morris  a la perfección, y eso que el propio actor jamás estuvo contento con su interpretación. No es porque cuadre totalmente con la descripción que de él hace Henry James, sino al contrario. El Morris de la película es mucho más ambiguo y sutil que el Morris de la novela, y resulta complicado adivinar sus verdaderas intenciones. Creo que ahí radica su acierto, en dejarnos  siempre pensando ¿y si de verdad…?

Olivia de Havilland, que ganó el Óscar a la mejor actriz,  está perfecta como la heroína que va transformándose a medida que avanza la trama y descubre la falsedad y la traición de quienes debían haberla amado sinceramente (padre, tía, pretendiente). La  joven ingenua y de buen corazón, sin apenas intereses fuera de sus bordados, termina convertida en una mujer implacable, incapaz de sentir ninguna compasión, muy parecida a su padre (en la película, Ralph Richardson).

Junto al rotundo final de la película (más desvaído en la novela y menos impactante, aunque el resultado sea el mismo) destaco la escena en la que Morris/Montgomery Cliff canta al piano la canción "Plaisir d'amour” a Catherine/Olivia de Havilland. 
En dos líneas, la letra de la canción condensa el drama de esta historia:

    Placer de amor dura sólo un momento.
    Pena de amor dura toda la vida.

Con tanta asociación de ideas se me hizo un poco tarde. Deseé  entonces que, para rematar el cuadro, y antes de salir pitando para el dentista,  el muchacho de la puerta hincara una rodilla en tierra  y, tocándose el corazón con las manos, entonara a capela esta canción que, como curiosidad, inspiró la célebre “Can’t help falling in love with you” de Elvis Presley. 

No lo hizo, y como yo tenía prisa me quedé con la duda de si, al final, Ana María abrió la puerta, fundiéndose los dos en un abrazo o, por el contrario, la puerta siguió cerrada a cal y canto mientras arriba, en el piso, Ana María corría las cortinas como quien corre un tupido velo sobre su pasado.

Puedes disfrutar de esta película fantástica... y leer, en versión original, la historia que James ideó. 

Rocio Martinez Bocero. Biblioteca de la Universidad de Málaga.

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