LA EVOCACIÓN COMO POÉTICA :acerca de El violín debajo de la cama, de Inés María Guzmán

Probablemente sea el subgénero poético de la elegía (en sentido clásico) uno de los más difíciles de abordar por un poeta contemporáneo. Después de las tres grandes, y consabidas, elegías de la poesía española (las manriqueñas Coplas a la muerte de su padre, el Llanto por Ignacio Sánchez Mejías que Lorca dedicó al conocido torero, y la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández) es muy difícil que alguien se atreva a acercarse a un subgénero tan complicado y resbaladizo. Y es que, a poco que te descuides, se da uno de bruces con el tópico o, lo que es peor, con la impostura. No ha sido este el caso de la poeta (casi malagueña) Inés María Guzmán, que, con toda la humildad (y valentía) del mundo, ha publicado en los últimos años hasta tres libros elegíacos: Hace ya tiempo que no sé de ti (2000), emotivo recuerdo de la figura paterna; Impertinente Eros (2003), una irónica lectura de los “trabajos de amor perdidos”; y, finalmente,  la sentida elegía al amigo poeta El violín debajo de la cama (2012).

Y en los tres casos la poeta resulta victoriosa. Quizás el secreto esté precisamente en esa humilde naturalidad con la que Inés María Guzmán se acerca a unos sentimientos tan universales. Naturalidad en el lenguaje, en la sintaxis (tan fluida), en los sencillos recursos y, sobre todo, en la expresión de las emociones. 

El violín debajo de la cama recrea, desde una delicada ternura, la figura de Javier Espinosa (1953-2000), amigo singular y poeta heterodoxo, de quien el Centro Cultural Generación del 27 publicó en 2004 su obra (casi) completa, Entre el Tigris y el Éufrates. Inés María Guzmán (tal y como si estuviera escribiendo un íntimo diario) va dibujando, poema a poema, el retrato veraz y cotidiano de un personaje que tal vez no era de este mundo. El poema que abre el libro, “Javier”, nos da ya el tono que va a predominar en todo el poemario, la sencillez expresiva:

Temblando como un pájaro
esta tarde ha llegado.
Era mi amigo.
Traía una camisa clara de algodón
sobre el cuerpo tan frágil y tan fuerte.
Entre sus manos, como siempre,
unas blancas cuartillas.

Apenas ha bastado a la poeta una comparación y una antítesis, recursos casi cotidianos, para presentar de manera precisa al poeta y dejar clara esa ambigüedad que tan bien lo caracterizaba. Un emotivo retrato que Inés María Guzmán va a ir desgranando poco a poco. En el poema titulado “Javier Luna” la autora juega con las distintas personalidades que conformaban al amigo, “Príncipe de la poesía” con sus delirios, “El violín debajo de la cama” o “Puerta Oscura” con sus deseos más secretos… Y así, palabra a palabra, verso a verso, el personaje poético va creciendo en intensidad hasta llegar a confundirse con el hombre. 

Tuve la enorme suerte de conocer a Javier Espinosa, y no sé cuál es más real, si la recreación poética que realiza Inés María Guzmán, o aquel con quien tuve tantas conversaciones. Y ese es uno de los grandes aciertos del poemario: su enorme capacidad de evocación. Sin olvidar que a su través recorremos una parte nada desdeñable de la poesía malagueña de la segunda mitad del pasado siglo: la seducción de José Infante (autor del prólogo), la figura de Javier Espinosa y la palabra poética, siempre natural, de Inés María Guzmán:

Se ha vuelto una costumbre el escribirte,
el escribirte a solas, por las tardes,
cuando la luz declina,
cuando ya tu visita es inminente.

Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta... Y la persona que nos descubre poetas y poemas que puedes encontrar en la Biblioteca.

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