POETAS Y PROFESORES (III): LOS LÍMITES DEL ARTE (La gruta y la luz, de Francisco Ruiz Noguera)

Francisco Ruiz Noguera, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UMA, recibió el XVI Premio de Poesía Generación del 27 por La gruta y la luz (2014), su poemario número diez y quizás el más ambicioso de todos (una completa muestra de -casi- toda su obra anterior puede verse en Ventanas interiores, antología publicada en 2008 por la Fundación Málaga).

Y decimos que se trata de su poemario más ambicioso porque en él no solo están quintaesenciadas las características que mejor definen su escritura (la voluntad de estilo y su personal contribución a trascender las poéticas de los 70 y  80), sino también una decidida apuesta por cuestionar los límites del arte y, de paso, enriquecer su poética con un nuevo ejercicio de estilo: la asunción del poema en prosa (que después de los señeros ejemplos de Juan R. Jiménez y Luis Cernuda, comienza a ser reivindicado por la poesía más reciente, caso de Manuel Montalbán o Manuel Vilas, dos de sus nuevos valedores).

Quizás lo más sobresaliente del texto sea su medida y exacta arquitectura. La flecha que se lanza casi al principio del texto sostendrá su vuelo hasta llegar a la diana final, el último poema. 

La primera parte, “Interiores”, se corresponde con la gruta del título; el tiempo pasado, la vida ya vivida (pero también el ahora, de forma constante, como la gota de una estalactita) ha ido conformando la sólida columna que hoy nos sostiene y sobre la que mañana construiremos nuestros recuerdos. Las sombras, lo oscuro, el adentro, necesitan de la acción, del afuera y de la luz para continuar su recorrido e ir más allá. En el último poema, el cazador (habitante natural de la gruta) lanza su flecha y, sobre ella, nos lleva a la calle, al exterior, a la ciudad: “La luz / estilete de plata, / fulminante disparo / que atraviesa lo negro / apunta a la diana de las calles…” 

Un verso de Góngora (una de las señas de identidad más reconocibles de Ruiz Noguera es su deuda con el barroco gongorino) sirve de enlace con la segunda parte: “La mirada del paseante” (todo está trabado, y bien trabado). En contraste con lo  interior y lo cerrado, el espacio es ahora abierto y urbano. La ciudad sirve al paseante (cazador de luces) como un lienzo en el que poder reconocer/reconstruir el arte y, de paso,  la vida. Los distintos escenarios de la urbe (un escaparate, un paso de peatones, la marquesina de una parada de autobús…) sirven de excusa al paseante/cazador para trazar un recorrido a través de la historia del arte utilizando para ello la perfecta adecuación de la palabra poética y una personalísima mirada (capaz de percibir los colores, la geometría o las diferencias tonales de cada momento y lugar). ¿Es la realidad la que copia al arte?, ¿o es el arte anterior a la propia realidad?, ¿dónde están los límites? En estos textos Ruiz Noguera abandona el verso y opta por el poema en prosa (aunque de fondo oigamos la música de más de un endecasílabo) para describir, identificar y reflexionar (siempre con la palabra exacta) sobre las inequívocas relaciones entre realidad y artificio, pasado y presente: “De qué época es este joven del anuncio en la valla? Su traje, estampa florentina de los Médici; el móvil en la mano, imagen del ahora.”

Los poemas de las “Celebraciones” que conforman la tercera parte del poemario no son sino sendos homenajes a aquellos nombres que, de alguna manera, han contribuido a conformar el paisaje interior del paseante y que además le han proporcionado las armas para enfrentarse al hecho artístico, a la escritura poética. A Roma le debe (le debemos) la palabra, el principio de todo; de Ginés Liébana, el pintor de los ángeles, toma la pulsión de la belleza, motor de la vida; la poética de Bacon, tan inquietante, ensombrece (y adensa) el deseo; Lindsay Kemp abre las puertas a la libertad y a la pasión de vivir; y, finalmente, Vicente Aleixandre, ha sido el constructor y supremo arquitecto del espacio sagrado (la ciudad como “ciudad del paraíso”) donde todo ocurre. Una vez celebradas las armas, ¿qué hacer con ellas?

“Límites/3”, último poema (y único de la parte cuarta) trata de responder, a través de la reflexión, a esta pregunta: la única certeza del artista es que nunca puede cejar en la búsqueda de nuevas formas de expresión. Porque en esa búsqueda, y en la duda que ello suscita, reside su tarea fundamental: “Las formas del decir: / el acecho continuo / de caminos diversos que se ofrecen / al borde de la pluma o el teclado. // ¿Y dónde está el camino verdadero?”.

Sin embargo, la densidad de contenidos del texto no es obstáculo ninguno para que los poemas, gracias a una palabra poética siempre acertada, se deslicen con tanta naturalidad como tino. Y es que las flechas lanzadas no se detienen hasta llegar a su destino: “Pero el espacio impone / su luz y su dominio: / cada cual es, entonces, / la pieza de un mosaico / que ayuda a componer / la imagen de una tarde, y da sentido / a la fugaz celebración de un todo: / una forma, / como otra cualquiera, / de hacer una lectura / del trasiego de las calles”. 

Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta... Y la persona que nos descubre poetas y poemas que puedes encontrar en la Biblioteca. ¿No conocías a Francisco Ruiz Noguera? Aquí lo tienes, para que lo disfrutes.

Comentarios

Publicar un comentario

Los comentarios son moderados. No serán aceptados aquellos de carácter ofensivo o que no respeten las normas gramaticales.

Entradas populares