Bartleby, el escribiente. Herman Melville

“Comes mermelada con pan cuando tienes pan, después con biscottes, si tienes, después a cucharaditas en el tarro.
Te tumbas sobre tu banco estrecho, las manos cruzadas tras la nuca, las rodillas en alto. Cierras los ojos, los abres. Filamentos torcidos se mueven lentamente de arriba abajo por la superficie de tu córnea.
Cuentas y organizas las grietas, los desconchones, los defectos del techo. Te miras la cara en tu espejo resquebrajado.
No hablas solo todavía. Ante todo, no gritas.
(…)
Vida sin sorpresas. Estás resguardado. Duermes, comes, caminas, sigues viviendo, como rata de laboratorio que un investigador negligente hubiese olvidado en su laberinto y que, día y noche, sin equivocarse nunca, sin dudar nunca, tomase el camino a su comedero, girase a la izquierda, después a la derecha, empujase dos veces una palanca bordeada en rojo para recibir su ración de papilla”.
En 1967 el escritor Georges Perec (París, 1937) escribió “Un hombre que duerme”, novela que narra las peripecias de un estudiante que decidió no levantarse de la cama el día de sus exámenes de Sociología, abandonar sus estudios y romper toda relación con amigos y parientes para recluirse en sí mismo y en su chambre.
La novela, considerada cumbre de la “Literatura Bartleby”, se convirtió en un auténtico símbolo generacional.
Recuerdo que la primera vez que la leí (tiene multitud de anotaciones en los márgenes) me deslumbraron las descripciones minuciosas de ese “no hacer nada”; laissez faire, laissez passer. Me parecía una auténtica provocación, un desafío para una sociedad marcada por los biorritmos patológicos de la producción en masa.
Había leído también a Vila-Matas y todos los ejemplos de Bartlebys literarios que la historia nos ha regalado, “seres en los que habita una profunda negación del mundo”.
Pero no ha sido hasta hace unas semanas, cuando buscaba títulos disponibles en la colección virtual de nuestro catálogo Jábega, que me aventuré a leer al inspirador de la literatura del No, el oficinista Bartleby, el escribiente. 
El relato de Herman Melville (Nueva York, 1819- Nueva York, 1891), novelista, poeta y ensayista estadounidense, no consiguió hacerse con la crítica hasta pasados muchos años. 
El creador de Moby Dick, la novela que determinó su gloria, era considerado veinte años después de su muerte como un mero cronista de la vida marítima. Así lo recogía la undécima edición de la “Encyclopaedia Britannica”. 
Sin embargo, escritores con Borges descubrieron en él al precursor de Kafka, el artífice de un nuevo género: el de las fantasías de la conducta y el sentimiento.
Puede resultar paradójico, pero el estado de alarma y confinamiento que vivimos actualmente nos ha obligado a llevar una vida similar de marginación, inactividad e inadaptación. La misma que por elección propia hizo mella en el delgado y terco escribiente Bartleby, quien pasó a la historia por responder siempre diciendo: preferiría no hacerlo.
Bartleby, al igual que el estudiante que protagoniza la novela de Perec, representa la inacción y la negación de la productividad como única fórmula de riqueza y éxito. 
El narrador de la historia, un abogado prudente y metódico que nunca revela su nombre, requiere los servicios de Bartleby para llevar a cabo las operaciones rutinarias de su despacho. 
Así se inicia el relato:
“Soy un hombre de cierta edad. En los últimos treinta años, mis actividades me han puesto en íntimo contacto con un gremio interesante y hasta singular, del cual, entiendo, nada se ha escrito hasta ahora: el de los amanuenses o copistas judiciales. He conocido a muchos, profesional y particularmente, y podría referir diversas historias que harían sonreír a los señores benévolos y llorar a las almas sentimentales. Pero a las biografías de todos los amanuenses prefiero algunos episodios de la vida de Bartleby, que era uno de ellos, el más que extraño que yo he visto o de quien tenga noticia”.
Al principio, Bartleby se dedica a copiar con vehemencia y dedicación: “Trabaja día y noche, copiando, a la luz del día y a la luz de las velas. Yo, encantado con su aplicación, me hubiera encantado aún más si él hubiera sido un trabajador alegre. Pero escribía silenciosa, pálida, mecánicamente”.
Pero poco después surge una creciente confrontación entre el narrador de la historia y Bartleby, quien rechaza cumplir cualquier tarea adicional a sus copias manuscritas y, posteriormente, deja de hacerlas para convertirse en un auténtico parásito.
“Le dije lo que debía hacer, esto es, examinar un breve escrito conmigo. Imaginen mi sorpresa, mi consternación, cuando sin moverse de su ángulo, Bartleby, con una voz singularmente suave y firme, replicó:
—Preferiría no hacerlo.
Me quedé un rato en silencio perfecto, ordenando mis atónitas facultades. Primero, se me ocurrió que mis oídos me engañaban o que Bartleby no había entendido mis palabras. Repetí la orden con mayor claridad posible; pero con claridad se repitió la respuesta.
—Preferiría no hacerlo.
—Preferiría no hacerlo —repetí como un eco, poniéndome de pie, excitadísimo y cruzando el cuarto a grandes pasos—. ¿Qué quiere decir con eso? Está loco. Necesito que me ayude a confrontar esta página; tómela. —Y se la alcancé.
—Preferiría no hacerlo —dijo”.
El conflicto avanza con suavidad, sin los arrebatos que esperaríamos de un jefe exigente frente a la actitud provocadora de desobediencia de un empleado. Sus palabras y gestos están más cercanos a la compasión que a la desesperación.
El esfuerzo sostenido del narrador, durante la totalidad del relato, para logar que Bartleby le haga caso y cumpla sus tareas, además de ofrecernos a un personaje maravilloso y lleno de matices, nos deja escenas cómicas, de un humor extravagante y discreto.
Desde mi punto de vista, acercar el surrealismo al contexto del mundo empresarial es un acierto. 
No estamos ante una historia de carcajada limpia, pero es justo en esa contención donde se nos dibuja la sonrisa de aceptación y reconocimiento ante lo que leemos. A más de uno, alguna vez, en su quehacer diario, nos habría gustado pronunciar el singular y revolucionario: “preferiría no hacerlo”.
He leído la novela con la convicción de que podía sentir lo mismo que el narrador que nos cuenta la historia y así ha sido. 
A pesar de no comulgar con la decisión del señor Bartleby he sentido su sorpresa, su decepción y un ánimo invencible por ayudarle. 
Confieso, incluso, que me he emocionado mucho con la correspondencia final y la imagen de la destrucción de las cartas muertas que nunca llegan a su destino.
Eso solo lo consiguen los grandes. Los escritores de cabecera, como el señor Heman Melville. Por eso, hoy me aventuro a recomendarles la lectura de este clásico que no les dejará indiferentes.
Como he mencionado, está disponible para su lectura, en nuestros fondos virtuales del Catálogo Jábega.
De igual forma, y si me permiten la intromisión (y otra recomendación), acabo de recordar los mismos destellos de humor surrealista en “La habitación”, una novela de Jonas Karlsson, publicada en 2016, que leí el pasado invierno.
Björn, un trabajador modelo que lleva dos semanas trabajando en las oficinas de una gran organización, descubre una habitación que no había visto nunca. Desde ese instante se obsesiona por permanecer el mayor tiempo posible en ella (le proporciona una paz desconocida hasta entonces), pero sus compañeros le hacen la vida imposible; le acusan de ser un desequilibrado y un provocador y denuncian que el habitáculo no es más que una invención para eludir lo realmente importante: conseguir el máximo rendimiento en el desempeño de sus funciones laborales.
Lo que me atrajo de su lectura fue la metáfora que subyace tanto en la actitud negacionista de Bartleby como en la “supuesta” invención de Björn y que ahora, por las circunstancias que vivimos, se convierte en un anhelo constante: el deseo de hacer lo que nos plazca haciendo uso de nuestra libertad.
No desvelaré el final de la historia de Bartleby, así como los vericuetos que suponen las consecuencias de su inacción. Tan solo y para terminar, les diré que he sentido un profundo flechazo por la consigna que se repite sin parar: “Preferiría no hacerlo”. Supongo que ser un sujeto inactivo (como la mayoría de la población mundial), “obligado por las circunstancias”, está potenciando mis instintos de subversión.
Un mes de confinamiento en casa se está haciendo, como dirían en mi tierra, “demasiado cuesta arriba”.
Menos mal que leer siempre nos ayuda a escaparnos.

Ana Robles.

Comentarios

  1. Análisis de la lectura de Bartleby el escribiente

    Lo primero que se ve en el relato es una ironía fluida, las descripciones de los tres amanuenses, (que por cierto no sabía lo que significa )ya es un relato en sí.
    Desde primer momento el jefe es demasiado débil, le falta autoridad .
    Pero también puede ser por su carácter bondadoso.
    El amanuense Turkey, con sus cambios de colores en la cara a lo lardo del día y su manera de trabajar después de comer, es un personaje genial, es el que mejor me cae.
    Y Nippers, que su mal humor es debido a sus malas digestiones... Afortunadamente como dice el jefe no coinciden en el horario de bebida, así que mientras que uno es diligente por las mañanas, el otro lo es por la tarde.
    El joven Ginger es el de menor relevancia .
    Esta primera parte se lee con la sonrisa puesta.

    Cuando decide contratar a Bartheby, en principio parece un gran trabajador, hasta que le pide que revise el trabajo de otro compañero y le responde con mansedumbre pero con tozudez “preferiría no hacerlo”. Esta frase se convierte en su muletilla cada vez que le manda hacer algo, hasta que se lo contagia al resto de los miembros de la oficina.
    Ya en ésta segunda parte el personaje desespera, se vuelve cada vez más apático y hace sentir una mezcla de furor y rechazo contra él, a la vez que da un poco de pena, y lo mas importante es que no se deja comprender, es misterioso hasta el final.
    También da pena el jefe, le falta decisión para tomar alguna medidas y se siente responsable de lo que le pueda pasar a su empleado, que se convierte en una carga bastante pesada para él e influye en cambios en su vida, que nunca se había planteado.
    El final es lógico, tal y como se va desarrollando la historia, pero quedan las ganas de que pase algo que lo cambie.


    Mari Paz Burgos.



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  2. El relato de Bartheby el escribiente, está escrito en primera persona por un narrador testigo que desvela que es un hombre bastante mayor y su profesión, pero no su nombre.
    En su despacho de Wall Street tiene como empleados a dos copistas muy particulares de los que hace una descripción, no exenta de ironía; Turkey de unos sesenta años prudente y metódico que rendía en su trabajo hasta el mediodía, por las tardes emborronaba los escritos, y Nippers, joven de veinticinco años malhumorado, bebedor y poco organizado, que trabajaba mejor por las tardes, por lo que se complementaban. También es su empleado, por un dólar semanal, Ginger Nut, un chico para todo de doce años.
    Por el aumento del negocio, el abogado contrata al copista Bartheby, un tipo de aspecto apagado que instala cerca de él separado por un biombo. Ahí empieza la historia y la evolución del personaje. Si en los primeros días era como un autómata trabajando sin descanso, ni a penas comer, solo unas galletas de jengibre, cuando el jefe le pide que revise un documento con él Bartleby le responde: Preferiría no hacerlo. Esa va a ser su frase ante cualquier propuesta que le haga.
    Toma la decisión de no trabajar más y si el jefe le insiste siempre le dice su frase: Preferiría no hacerlo. El dilema del abogado ante ese pobre hombre es que se siente impotente a darle una solución, pues cree que su escribiente es víctima de un trastorno innato e incurable. El jefe comienza a utilizar la palabra preferiría, los empleados también, y piensa que sin darse cuenta se están dejando influir por Bartleby.
    Ante la pasividad de ese empleado inane no sabe cómo actuar y, cuando ve que vive de ocupa en su oficina, le asalta el pensamiento apenado de su pobreza y soledad. Le pregunta sobre su vida y le contesta: prefiero no responder. La situación se le hace insostenible y decide librarse de él. Como no se encuentra con fuerza para echarlo a la calle traslada la oficina a otro lugar.
    A Bartleby lo denuncia el dueño de la oficina y se lo llevaron a Las Tumbas, la cárcel, entre asesinos y ladrones. Sin que se sepa nada de su historia, entre ellos muere un hombre que su delito ha sido no acoplarse a los demás y adaptarse a la indolencia.
    Después de su muerte, se supo que Bartleby había sido empleado en la Oficina de las Cartas Muertas. Allí manejaba esas cartas y las clasificaba para lanzarlas en montones al fuego. Cartas que llegaron tarde para llevar un mensaje de alivio a quienes murieron sin ilusión. Teniendo eso en cuenta, también le llegó tarde a Bartheby entender su personalidad y el derecho a su forma inamovible de actuar.

    Amalia Díaz

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    Respuestas

    1. ANÁLISIS SOBRE --BARTLEBY EL ESCRIBIENTE--
      Herman Melville.

      Se trata de un relato en el que destaca sobre todo el humor refinado, la ironía, algo de surrealismo y un poco de extravagancia. Las transiciones son muy suaves. Los personajes los secundarios tienen la fuerza suficiente para escribir un relato sobre cada uno de ellos ya que las características de cada uno son muy llamativas.
      El narrador, que no revela su nombre, es abogado y una buena persona aunque falto de carácter. Se doblega fácilmente ante las negativas de su subordinado a cumplir cualquier orden suya. «Preferiría no hacerlo» es la respuesta de Bartleby cada vez su jefe le pide que haga algo que no sea escribir.
      Turkey y Nipeers tienen caracteres fuertes que se completan, mientras que el principiante Ginger pasa desapercibido. Ellos tres son el resto de escribientes que componen la plantilla del bufete.
      El amanuense Bartleby es el protagonista del relato. Se trata de un hombre pusilánime, discreto y cumplidor en su trabajo. Esquelético y aseado se alimenta de galletas de jengibre. Siempre llega el primero a su lugar de trabajo y sale el último. Es meticuloso en su labor y ajeno a lo que ocurre a su alrededor, se limita a realizar las transcripciones. Trabaja oculto por un biombo en una esquina de despacho del letrado. Cuando el jefe le pide que lea lo escrito por él o alguno de sus compañeros, su respuesta siempre es la misma «Preferiría no hacerlo» No dice sí o no, no discute pero esas palabras son suficientes para demostrar su decisión. Esa cantinela que repite constantemente termina contagiando al resto de las personas que lo rodean.
      Su vida encierra un misterio que casualmente es descubierto por su jefe. Este, al conocer el problema siente pena e impotencia por la situación del pobre Bartleby.
      Intenta ayudarlo pero la tenacidad del escribiente lo complica todo hasta llegar a un final inesperado.

      Mª Eugenia Pereiro Barbero

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  3. Análisis de la lectura de <>
    A medida que vas leyendo esta historia te vas dando cuenta de su originalidad y extravagante argumento.
    Es una lectura divertida y de lo absurdo donde Bartelby al principio de la pequeña historia, es un hombre demasiado eficiente con su trabajo (al margen de su carácter triste y apocado) es como un autómata que atiende de forma magistral a su superior en silencio y con respeto.
    La labor de Bartelby es perfecta (quizás demasiado eficaz) para cambiar su actitud de manera espontánea ante el trabajo que su jefe le dice que ejecute. —Preferiría no hacerlo—
    Estas palabras tan disonantes dejan atónito a su prudente y amable jefe, que de nuevo le insta a que copie un escrito urgente. —Preferiría no hacerlo—.
    Analizando un poco el argumento del texto, te das cuenta con la sencillez y maestría que está escrito, es original y conmovedor. — ¿Quién no ha deseado en algún momento de su vida decir esta frase con arrojo y audacia?—.
    Maruchi López-25/4/2020


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  4. Luis Manteiga Pousa3 de marzo de 2023, 23:37

    Maravilloso relato, como casi toda la obra de Melville, y con mucho de simbólico, tanto este relato como la obra general de Melville. Cuantas veces en la vida preferiríamos no hacerlo...pero lo hacemos. Es el precio a pagar por vivir en sociedad, supongo. Y está bien que sea así siempre que no sea excesivamente represor. "El malestar en la cultura" de Freud lo refleja bien. Pero peor es, generalmente, la vida salvaje.

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