Soledad como elección. Zapatos planos, de Henning Mankell

Imaginemos vivir en una isla del sur de Suecia. Imaginemos, además, ser el único habitante, o la única habitante, de dicha isla. Con dos animales de compañía: un perro y un gato. Y con un hormiguero en una de las habitaciones de nuestra casa. 

Esa es la situación de partida de Fredrik, un médico jubilado heredero de esta extensión de terreno. Es el protagonista de esta novela de Henning Mankell, mundialmente conocido por la serie policiaca de Kurt Wallander (de la cual ya hemos hablado en ocasiones anteriores en este blog), y que aquí profundiza en un terreno narrativo muy diferente, aunque sin dejar de lado una batería de preocupaciones vitales que ya atormentaban en ocasiones al fantástico inspector de la ciudad de Ystad, como la soledad, el sentimiento de culpa o el desmoronamiento (que sobreviene por múltiples factores) del estado del bienestar. 

Fredrik baja todos los días al muelle de su isla para cavar un agujero y sumergirse en las gélidas aguas del Mar Báltico, como forma de manifestar su supervivencia. Escribe a menudo sucesos anodinos en un cuaderno (las condiciones climatológicas, el comportamiento de algunos animales...). Su casi única socialización tiene lugar con el cartero del archipiélago, Jansson, con el que mantiene una especie de relación de amor y odio al mismo tiempo, y con un marino llamado Hans, a quien sí considera un amigo más íntimo. 

No se producen muchos más acontecimientos de relevancia en su vida, hasta que recibe una visita inesperada que lo cambiará todo: una vieja conocida que regresa y que le hará cuestionarse sus prioridades y someter a revisión este orden de cosas tan firmemente establecido. 

La novela toma entonces otra dimensión completamente diferente. Podríamos decir realmente que comienza en este punto, con la aparición de este visitante, ya que la promesa de inacción subyaciente en sus primeras páginas se sustituye por todo un viaje temporal y sentimental en el que Fredrik tendrá la oportunidad de revivir episodios de un pasado turbio y que pretendía mantener oculto a toda costa. Episodios con los que cambiando personas y situaciones podría entrar en identificación cualquiera que lea, y que a buen seguro dejarán indiferentes a pocos. 

Es de justicia citar en esta reseña a la gaditana Carmen Montes Cano, la traductora al castellano de Henning Mankell, que fue incluso profesora de nuestra universidad. Los galardones con los que su trabajo ha sido reconocido en diversas ocasiones nos garantizan que somos unos afortunados por tenerla como interlocutora de este capital autor nórdico contemporáneo. Una vez más nos ofrece una traducción impecable, en la que no necesita someter a nuestro idioma a construcciones forzadas que no le pertenecen, y que se desarrolla de manera fluida y, sobre todo, muy consciente y empática con quien lee. Un privilegio. 

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Paco Alba, Biblioteca de Arquitectura y Bellas Artes

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