ENFERMO DE LA PALABRA. Demonio y maravilla, de Rafael Inglada

El poeta Rafael Inglada (Málaga, 1963) ha seguido la más pura tradición poético-literaria al tomar prestado un verso (del también poeta malagueño Juvenal Soto) para titular su, hasta el momento, último poemario, Demonio y maravilla (2015). Y es que Inglada conoce muy bien la historia de la poesía contemporánea; por algo, además de poeta, es investigador y  editor. En sus múltiples y cuidadas ediciones (“Llama de amor viva”, “Poesía Circulante”, Hojas del matarife”…) han publicado algunos de los nombres más consolidados del panorama poético actual; y, como investigador, se ha ocupado sobre todo de la figura de Picasso (de cuya Fundación es pilar fundamental), pero también de muchos poetas que le interesan especialmente, desde Julio Aumente, y el resto de componentes de la revista cordobesa Cántico, a Giner de los Ríos.

Inglada pertenece (por edad y obra poética) a esa generación que empezó a publicar en los años 80 y que se nutrió especialmente de lo que entonces se llamó poesía de la experiencia (una etiqueta, por cierto, muy denostada, pero que ha dado algunos de los poemarios más influyentes de las dos últimas décadas del siglo XX). A esta generación pertenece también un numeroso grupo de los más valiosos nombres de la poesía malagueña contemporánea (todos ellos nacidos en los años 60), caso de Álvaro García, José Antonio Mesa Toré, Juan Manuel Villalba, Alfredo Taján, Aurora Luque, Isabel Bono, Isabel Pérez Montalbán o Esther Morillas.

En una de las más fértiles vertientes de aquella corriente mayoritaria, cuyo mérito fundamental, visto de la perspectiva actual, fue reconciliar al público lector con la poesía, podemos incluir el grueso de los poemarios publicados hasta ahora por Rafael Inglada; entre ellos, Biografía (1984), La senda jaque (1987, Premio de Poesía Ricardo Molina), Vidas ajenas (1991), Las terrazas de Saratoga (1994), Reyes tardíos o amantes (1997) y La rebelión de los bóxers (2000).

Todos ellos se han caracterizado por el dominio técnico de las estrofas tradicionales (fundamentalmente el soneto, en todas sus variantes), pero también por esa singular mezcla tonal que oscila entre la ironía festiva y la melancólica tristeza. Las imágenes empleadas (siempre nuevas), las asociaciones inesperadas (y muy efectivas, sirva como ejemplo el estupendo título de su libro anterior, La rebelión de los bóxers), o los (consentidos) homenajes a la agilidad rítmica modernista, han personalizado una obra que ha sabido fundir el gozoso y juvenil descubrimiento de los secretos de la noche, con las inquietantes sombras que todos guardamos en el envés. Gozos y sombras que podrían constituirse en metáfora antitética del título que nos ocupa: Demonio y maravilla.

El poemario, que lleva como subtítulo Últimos Poemas (2005-2013), reúne 28 espléndidos (e íntimos) poemas que, escritos desde una insoslayable madurez, invitan a serena reflexión.

A su través, y desde la primera página, vemos desfilar aquellos temas que más preocupan al poeta, entre ellos, la propia poesía (que es lo mismo que decir “el poder de la palabra”, no podemos olvidar que han mediado casi veinte años entre los dos últimos títulos publicados): “Si ahora vuelvo a esta puerta con los pies por delante, / con mi calva mondada de calavera fría, / es porque al fin y al cabo ya he vivido bastante / y ahora quiero quietud. Nada más”. La creación poética está además presente en los homenajes, implícitos y explícitos, a los poetas y amigos (Antonio Carvajal, uno de cuyos poemas sirve de pórtico al libro, Juvenal Soto, José Infante, Rafael de Cózar o Pablo García Baena): “Dime si esa fuente no suena / igual para los dos (el agua que la llena / unos la llaman agua; mas, solo tú, Poesía)”.

No falta tampoco el milagro del amor (“Vigilo cuando la noche / cierra tus ojos. Un leve / aleteo en las cortinas / es otra versión celeste”), o su envés, la sombra de la muerte, evocada a partir de las desaparecidas (aunque presentes) figuras del padre (“No te recuerdo ahora, con tu ralo cabello, / padre tan muerto y mío que te fuiste hace tanto…”), o la madre (“Ni lengua ni raíz, nada existe en las venas; / nada salvo tu boca que bendijo mi vida”), textos que sirven además para cuestionar el destino final de la vida y aceptar la verdad irremediable de la muerte: “Sigo aquí abajo, sólo porque no me han llamado”.

La ciudad, su ciudad, “madre y madrastra”, está también presente, aunque de manera oblicua, en el poema “Niña con tambor”, dedicado a la muerte de una niña de apenas un año: “Apenas llegó a la vida. Y como el redoble / abrupto de un tambor resumió su existencia”. Con este texto el poeta homenajea, en forma de reescritura actualizada, el epitafio de la niña Violette que puede leerse en una mínima tumba del tranquilo y romántico Cementerio Inglés (y que a su vez parafrasea el conocido verso de Malherbe): ce que durent les violettes, una brevísima inscripción que forma parte ya del imaginario colectivo de los poetas malagueños. 

Y es que Rafael Inglada, a través de la densidad de las relaciones intertextuales presentes en el conjunto de su obra, ha sabido jugar con el lenguaje, pero también descubrirnos el inquietante poder de la palabra poética:

Estoy enfermo ya de la palabra,
de hacerla solo mía, de seguirle su juego
y que a su puerta mi cólera se abra
.
Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta, esta semana nos recomienda el último poemario de Rafael Inglada.

Comentarios

  1. ¡Qué descubrimiento, este blog! Gracias por la información y por las valoraciones.
    https://imagoestinaqua.blogspot.com/

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