POETAS Y PROFESORES (VIII): EL VALOR DE LA MEMORIA (Clandestinidad, de Antonio Jiménez Millán)
Desde que se estrenara como poeta en 1976 con Predestinados para sabios, la evolución de la poesía de Antonio Jiménez Millán (catedrático de Literaturas Románicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UMA), ha sido significativa. Si en sus primeros libros (una selección de los cuales puede verse en La mirada infiel. Antología 1975-1985) era patente su vinculación a los postulados teóricos del profesor Juan Carlos Rodríguez, a partir de 1983 pasará a formar parte nuclear de la corriente granadina “nueva sentimentalidad”, germen de la futura (y controvertida) “poesía de la experiencia”. Después vinieron Ventanas sobre el bosque (que obtuvo el Premio Internacional de Poesía Rey Juan Carlos en 1986), Casa invadida (1995) e Inventario del desorden (premio “Ciudad de Melilla” en 2002).
Con su último poemario publicado, Clandestinidad (que recibió en 2010 el XIII Premio Internacional de Poesía Generación del 27), Jiménez Millán ha ampliado y desarrollado la línea que atraviesa (y sostiene) su trayectoria poética: el valor de la memoria.
Porque Clandestinidad, es, esencialmente, un libro sobre la memoria en su sentido más amplio: memoria personal, pero también memoria histórica, social y política. La memoria individual y la memoria colectiva se imbrican y se conforman mutuamente a lo largo de las cuatro partes en que se divide el poemario. Si, por un lado, “Clandestinidad”, título de la primera parte, remite a un antiguo diario de juventud (la militancia política durante los años 70, la represión sexual, el submundo de la drogadicción emocionante el poema “El Túnel”, dedicado a Fernando Merlo) que termina por encontrar eco en sucesos de la actualidad reciente (como el drama de la inmigración); la segunda parte del poemario, “Lugar de la memoria”, nos lleva a un recorrido por algunos de los acontecimientos que han marcado la historia de los últimos tiempos (la Guerra Civil española, los atentados de Atocha, las Torres Gemelas, el golpe de estado chileno…): “El 11 de septiembre de 1973, cumplí diecinueve años. Acababa el invierno en Santiago de Chile. Los aviones atacaron el Palacio de la Moneda y en las calles se impuso un silencio cortante, interrumpido solamente por órdenes y descargas de fusil”.
Esta secuenciación histórica y social se quiebra en la parte tercera, “Lágrimas negras”; la clandestinidad, siempre ambigua, se remite ahora a los amores ocultos (representados a través de una gran diversidad de mujeres, desde los mitos clásicos a los cinematográficos), aquí son patentes algunos de los postulados de la mejor poesía de la experiencia (puede servir de ejemplo el poema “Chat”, una irónica y divertida actualización de la leyenda urbana de “la mujer de la curva”): “Él acudió a la cita. / No vino nadie. // Estaba acostumbrado a conducir de noche, / pero a la vuelta derrapó en el hielo, / cuando pudo esquivar a la mujer / fantasma de la curva.”
Finalmente, la última parte, “Calendario incompleto” es ya un diario contemporáneo que nos lleva a reflexionar sobre la realidad del pasado a través de un presente en el que también nos sentimos “clandestinos”: “Como el barco perdido entre la niebla / se adentra la memoria en los dominios / de un mar borrado, / envía sus mensajes y pregunta / por rostros que se fueron, / por nombres confundidos en los márgenes / del tiempo y de la muerte. // Y no sabe si inventa su pasado.”
Y es que el título, Clandestinidad, al igual que la memoria, toma sentido en la plurisignificación. Nosotros podemos sentirnos “clandestinos” en nuestra propia vida (y suelen serlo algunos amores), pero también fueron clandestinos los jóvenes antifranquistas durante la dictadura (“He guardado la llave del desván / que esconde un manifiesto / con cubierta roja, / los pasquines, / la prensa clandestina”), y ahora lo son los inmigrantes que llegan en patera (“Si consiguen llegar a las playas desiertas, / serán supervivientes de otro oscuro engaño. / Solo sombras furtivas, clandestinas”).
La mirada individual (la propia experiencia) recurre, por tanto, a la memoria (personal e histórica) para ampliar sus intereses y convertirse en reflexión (y denuncia, nunca panfletaria) acerca de nuestra identidad (personal, pero también cultural, social y política). Un ambicioso proyecto que Antonio Jiménez Millán convierte en médula central de su poesía.
Para ello ha debido (y sabido) fundir el espíritu crítico de la poesía del 50, la capacidad reflexiva de los 60 y la pretendida frivolidad de los 80 en una poética tan personal como generacional: “Ahora, al pasar de los cincuenta, tengo la sensación de haber sobrevivido a insidias más cercanas, al azar siniestro y también a mis propios hábitos.”
Antonio Jiménez Millán es también autor de numerosos ensayos y ediciones críticas sobre poesía contemporánea.
Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta... nos presenta esta semana una manifestación de la clandestinidad en versos de Antonio Jiménez Millán. Para no perdérselos.
Efectivamente, como muy bien señala el profesor Aguilar, la poesía de Antonio Jiménez Millán es garante del valor de la memoria y lo hace con el compromiso social y la valentía de una persona entregada a su presente y su futuro. Hoy acabo de enterarme de la pérdida de su maestro JUan Carlos Rodríguez, desde aquí un recuerdo y mucho ánimo.
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