"Lorca, poeta maldito" de Francisco Umbral. Leído en otros blogs

¡Lorca visto por Umbral! Esa es la propuesta que hemos leído en el blog de nuestro amigo Siroco y que te traemos esta semana. ¿Qué mejor lectura que ésta? Ya sabes, en la Biblioteca y en las Públicas, lo tienes, porque sabemos que esta reseña te hará ir a buscar el libro.

Dice Ian Gibson en el prólogo de este libro publicado en 1968 y reeditado en 2012 por Austral: “Uno de los estudios más originales, incisivos, amenos, clarificadores y valientes jamás escritos sobre Federico García Lorca”.

La poesía española carece de poetas malditos. Para considerar a un escritor maldito, tres son las claves:

  • Arraigo estético y humano en los poderes demoníacos.
  • Heterodoxia sexual.
  • Muerte trágica y prematura.

Lorca, cantor de los gitanos, negros y homosexuales, es un poeta que basa su singularidad frente a otros en convertir en salvación su propia perdición.

Discípulo, en cierto modo, del andalucismo juanramoniano, se aleja de la aspiración absoluta de éste transformando su creación en caótica y desconcertante, con complicaciones de elementos dramáticos, telúricos y mágicos. La poesía de Lorca-dice Umbral- está llena de sonidos negros. Lorca llega a firmar que “la verdadera lucha es con el duende” que es un poder y un luchar, no un obrar, un querer o un pensar, “el duende que hay que despertar en las últimas habitaciones de la sangre” afirma con la rotundidad el poeta, el duende que no es sino el desdoblamiento de personalidad del estado luciferino.

La receptividad mal entendida de García Lorca ha llegado a confundirse con la volubilidad que ha degenerado en un daño irreversible al entendimiento profundo del poeta, germinando una leyenda de señoritismo y amateurismo. En Lorca la muerte dentro del sueño o el sueño como única vida posible en la muerte son una reiteración constante.

Umbral analiza de manera medida y amena el trabajo del poeta granadino como el poema del cante jondo y las primeras canciones, donde alcanza lo que viene a llamar Umbral su pansexualismo, la receptividad (término que Umbral prefiere usar a sensibilidad) por lo femenino y lo infantil, que coexiste con esa gran receptividad trágica, orgiástica, dionisíaca, faúnica e i incluso faústica (tan masculina ésta última), explicando así su dualidad.

Lorca no es un poeta puramente plástico, nadie es solamente eso, y él menos que nadie, aún siéndolo tanto; porque la esencia del poeta granadino es el sentido de lo dramático y éste no es más que la puesta en escena  de su sentido trágico de la vida. Lorca es, sin duda, un poeta trágico, un lírico subjetivo que nos engaña con historias de gitanos, negros y casadas infieles.

Su nombrar es siempre sorprendente: “poesía es una palabra a tiempo” nos dice, a diferencia de la machadiana. “palabra en el tiempo”, de dimensión existencial.

En el estudio sobre Lorca, Umbral hace un “atinado” análisis comparativo entre “Poeta en Nueva York” y el “Romancero gitano” donde destaca, argumentando brillantemente, el poder surrealista del Romancero gitano frente a los poemas escritos en 1929 en la ciudad de los rascacielos donde le surrealismo no es tan onírico y andaluz. En ambos casos, el amor a lo exótico y esotérico de los negros, en un caso, y de los gitanos en otro, se basa en la sugestión de la pureza, el misterio y el dolor que envuelve a los dos pueblos 





En cuanto a la líbido del poeta granadino, Umbral nos insiste en múltiples ocasiones que es el pansexualismo y no el homosexualismo el término más acorde para definirla. Un pansexualismo nunca hedonista, sino dramático, pero en contacto íntimo con el fenómeno previo de la reproducción, de la naturaleza y de la vida. Esa es la clave de la gran receptividad lorquiana a juicio de Umbral, lo que este llama panerotismo, puro y amoral como los niños, pansexual también como ellos.

Lorca en la casi totalidad de su obra es un poeta erótico y no es, casi nunca un poeta amoroso. Le fascina el erotismo superfluo de la naturaleza. Cuando habla de amor, su palabra nos suena siempre a juego, cuando habla de sexo, nos estremece de autenticidad: “sus muslos se me escapaban, como peces sorprendidos”, nos dice el poeta en un claro ejemplo de su pansexualismo.

He aquí como lo describe Aleixandre, recogido en el libro “Los encuentros”, es una postal sobre el genial poeta escrita en 1937, al año de su muerte:

“Yo le he visto en las noches más altas, de pronto, asomado a unas barandas misteriosas, cuando la luna correspondía con él y le plateaba su rostro; y he sentido que sus brazos se apoyaban en el aire, pero que sus pies se hundían en el tiempo, en los siglos, en la raíz remotísima de la tierra hispánica, hasta no sé donde, en busca de esa sabiduría profunda que llameaba en sus ojos, que quemaba en sus labios, que encandecía su ceño de inspirado. No, no era un niño entonces. ¡Qué viejo, qué viejo, qué “antiguo”, qué fabuloso y mítico! Que no parezca irreverencia: sólo algún viejo “cantaor” de flamenco, sólo alguna vieja “bailaora”, hechos ya estatua de piedra, podrían serle comparados. Solo una remota montaña andaluza sin edad, entrevista en un fondo nocturno, podría entonces hermanársele”.

Por fin el maestro Aleixandre dice una frase que nos acerca a la clave más interna de Lorca:
“Ardiente en sus deseos, como un ser nacido para la libertad”.

En Federico todo era inspiración.

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