POETAS Y PROFESORES (X): EL POEMA LARGO (El ciclo de la evaporación, de Álvaro García)

Desde que Álvaro García, profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA, recibiera en 1989 el Premio de Poesía Hiperión por La noche junto al álbum, un brillante poemario capaz de tensar y trascender la entonces mayoritaria “poesía de la experiencia” (a pesar de la juventud del autor en el momento de su escritura), hasta El ciclo de la evaporación (2016), su última apuesta, la trayectoria poética de Álvaro García ha hecho que se consolide como uno de los poetas más libres, valientes y dotados de su generación.

Aunque mi primera idea era solo recordar los títulos de sus libros anteriores y entrar de lleno en el último, como normalmente suele hacerse en las reseñas, no puedo resistir la tentación de alguna valoración a La noche junto al álbum porque es un poemario que casi me sé de memoria y porque forma parte ya de mi inconsciente poético; hay libros que se te agarran para siempre sin que tu voluntad intervenga en ello. Y este título ha quedado como referencia de la mejor poesía de los 80. Sus dos siguientes libros, Intemperie (1995) y Para lo que no existe (1999), siguen siendo estupendos: seguramente desconcierten al lector que esperaba encontrar en ellos una continuación del primero y no la búsqueda de nuevos caminos (suele facilitar mucho la vida lo de poner "etiquetas"), pero yo creo que ahí están algunas de las conquistas que luego incorporará a los siguientes (en Intemperie juega con un poema "más largo" de lo habitual, y en "Palabras", de Para lo que no existe, está la esencia de sus palabras en poesía: “que sean lo que son y al mismo tiempo lo que no pueden ser, lo que transita”, “la exactitud de lo que no es exacto”, “materia y consistencia y transparencia, como una fina lámina de mármol deja pasar la luz”).

No será hasta la publicación de Caída (2002) que Álvaro García dé un giro a su poética e inicie una nueva (y valiente) aventura: la de enfrentarse al poema largo, un reto tradicionalmente complicado y que hoy día (la era del microrrelato, el micropoema y el youtube de tres minutos) se antoja aún más extraordinario y arriesgado. Caída fue el primer título de este ciclo de poemas que continuaría con El río de agua (2005), Canción en blanco (2012) y Ser sin sitio (2014), y que ahora se cierra y culmina con El ciclo de la evaporación, poema donde ya están incluidos (sin ser una mera recopilación) los cuatro libros anteriores.

Más de una década ha pasado entre el primero y el último título, y sin embargo, cuando se lee la obra en su conjunto, se percibe con claridad su unidad estructural y temática.

Aunque el texto resultante esté muy lejos del poema narrativo, sí que es posible rastrear a lo largo de su lectura una historia personal que en ocasiones acaba fusionándose con la historia social del momento. Puede servirnos de ejemplo la caída de la Torres Gemelas, que se corresponde con una ruptura amorosa. Todo ello a través de versos exactos y medidos que se apoyan en el exquisito oído del poeta para dotar de musicalidad y ritmo endecasílabos y heptasílabos (algo no tan habitual como pueda parecer) y que hace que estos más de mil versos se deslicen de forma armónica y natural, en la más actual tradición clásica: “Donde se cansa el mar, empieza el mundo / Queda lejos ser junio y ser nosotros. /Aquí se desactiva nuestra muerte. / Flotamos entre el agua, no en el tiempo, / y se refugia aquí la eternidad.”

El brillo del sol, las sombras del atardecer, las fases de la luna, el ciclo de las estaciones, el mar siempre vivo, la luz cambiante de faros y edificios, las noticias de la tele…, sirven a Álvaro García de sensuales y/o plásticas imágenes del paso del tiempo, pero también para dejar constancia de las emociones producidas por el devenir de una historia de amor que se va y vuelve. Recursos de estirpe romántica que resultan muy efectivos para que el mundo racional y el instintivo queden perfectamente equilibrados a lo largo del poema: “La duración de lo que acaba es terca, / así se aferra al tiempo este sol breve, / como la persistencia de una herida / que ya no duele casi pero sigue / …”)

Muchas veces la medida de un poeta nos la dan las correcciones (o sucesivas elaboraciones) a que ha ido sometiendo su obra en el proceso de escritura, algo que no siempre podemos constatar, pero que en esta ocasión sí que es posible seguir en algunos fragmentos. En el texto original de Caída el yo poético tiende un hilo entre la casa ahora vacía y aquella de las primeras horas de vida en común: “Ya solo la certeza del aroma, / aquel aroma frío de la fruta / traída a casa por el barrio inédito, / a la casa que aún no nos sabía.” Estos cuatro versos se reducen a dos en la versión definitiva sin que se resienta el discurso, y lo que es más importante, ganando en esencialidad poética: “Certeza del aroma de la fruta / en la casa que aún no nos sabía.”

Este proceso de depuración, que puede observarse en otros momentos del texto (como la eliminacion de anécdotas excesivamente reconocibles), contribuye a que el resultado final sea un poema limpio, claro y esencial: “Los dos somos el pájaro / que se posó en el hueco / entre dos mesas / y se asustó por un trozo de miga / como aparece el miedo en la conversación: / amar: abandonar el hábito de un daño.”

Pero las cualidades fundamentales que hacen que este poema resulte absolutamente singular en el actual panorama de la poesía contemporánea (independientemente de la consecución de esa tensión poética tan necesaria en un poema largo) son el sabio dominio del lenguaje (a caballo entre la manipulación instintiva y la racional) y la capacidad que tienen los versos para hacernos reflexionar a través de imágenes nuevas y recursos tomados de la tradición clásica: “No importa tanto aquí un significar, / las palabras anidan por su aroma. / Aroma de fijar la tinta oscura / cuyo misterio diga con claridad el mundo. / Todo se dice antes de decirse.”

O dicho de otra manera, Álvaro García es un poeta que no solo tiene algo que decir sino que además sabe decirlo con su propia (y exigente) voz. El ciclo de la evaporación constituye una honda reflexión sobre el amor, sí, pero también toda una declaración de amor a la palabra: “Puede que un día estemos / juntos en el olvido uno del otro. / La muerte tendrá dentro memoria de un sol vivo.”

Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta... nos lleva a indagar en El ciclo de la evaporación, en compañía de Álvaro García.

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