CANTOS SUSPENDIDOS ENTRE LA TIERRA Y EL CIELO: EL VIAJE DE LA EDAD MADURA

 Los Cantos suspendidos entre la tierra y el cielo son una obra del poeta italiano Silvestro Neri (Roma, 1951) que fue originalmente publicada en 2001 y que se tradujo al español en 2017. Neri nació en el seno de una familia de clase media y ya durante su adolescencia frecuentó círculos y compañías literarias que bien habrían de marcar el particular sello de sus versos. Quizá también sea importante para la comprensión de los Cantos saber que ha recorrido el Mediterráneo y que se ha empapado de la franqueza y la sencillez que pueden encontrarse en esta gran región. Sin embargo, el apunte biográfico fundamental que orquesta el presente poemario es que, en 1976, conoce a Maria Sapienza Turano, con la que se casará. Desgraciadamente, la muerte de Sapienza en 1994 lo marca irremediablemente y lo aboca a una vida vacía sin el ser amado. Ese arrollador suceso deja tal marca en Neri que dos consecuencias suceden: en primer lugar, su visión ante el mundo cambia y, por consiguiente, se altera su creación poética; en segundo lugar, es precisamente el fallecimiento de Sapienza la causa directa de que nuestro autor escriba los versos que hoy nos ocupan. Quienes deseen un resumen biográfico más prolijo pueden consultar el apunte de Giovanni Caprara y Pedro J. Plaza González en la edición crítica de los Cantos suspendidos (Editorial Independiente, Málaga, 2017).

Por lo que respecta al poemario, se divide en cinco partes, de la siguiente manera: I) «Cantos desde Malva»; II) «Cantos desde Paterna»; III) «El gran canto», que se divide a su vez en a) «Osiris moribundo», b) «Isis amante» y c) «Horus naciente»; IV) «Entre los nuevos sonidos de la casa corsa»; V) «Luces sobre el Mar Jónico». A estas cinco partes debe añadirse el «Prólogo y leyenda», también en verso, para un total de seis fragmentos. Para esta reseña y con el ánimo de ser breves hemos decidido analizar exclusivamente temas, significado, forma y expresividad de la obra en su conjunto, sin entrar a hacer un comentario pormenorizado, aunque debe señalarse que bien podría llevarse a cabo tal empresa.

Los temas centrales que predominan en la obra son la muerte —y, por consiguiente, la vida— y el amor, entendidos desde la madurez de nuestro autor. Por lo que respecta a la muerte, se la aborda desde un cierto equilibrio que, por otro lado, ofrece una visión tremenda del hecho mortal. No es necesario un canto desde la teatralidad ni la grandilocuencia, no es preciso dibujar la muerte como un hecho extraordinariamente trágico. Sin embargo, el hecho de que no haga falta es porque la muerte, de suyo, es extraordinariamente trágica. Los versos de Neri son los que se escriben ante la imposibilidad de hacer frente a la muerte, desde el convencimiento de que es algo tan natural como desgarrador, tan abrumador como inevitable. Son precisamente la naturalidad e inevitabilidad de la muerte los dos rasgos que la hacen verdaderamente dolorosa: Neri escribe sabiendo que ha de vivir con ella. No tiene sentido intentar burlarla.
Desde el mismo enfoque pero de forma inversa se aborda la vida. Neri habla de «las pequeñas cosas», de los gestos, de los recuerdos y también de cómo la vida sigue, incluso cuando la muerte golpea. Para el yo poético todo cambia tras la muerte de Sapienza, él ya no es él, no se reconoce. Igual que la muerte, la vida sigue aun cuando uno no quiere aferrarse a ella, continúa inexorablemente hacia un futuro que, sin duda, ya no será el mismo sin la amada. En ese continuar, quizá el único remanso de paz es el recuerdo de un pasado necesariamente mejor, más brillante. La consideración del pasado como una etapa más feliz no es algo extraño ni, en absoluto, ajeno a la literatura —ni al arte en general— y así nuestro poeta se inscribe en una tradición de autores que, antes que él, ya contrapusieron el magnífico ayer frente al taciturno hoy.

La dualidad entre muerte y vida es uno de los motivos por los que el poemario se titula Cantos suspendidos entre la tierra y el cielo. Los cantos del pasado, de la vida y de la felicidad son próximos al cielo, o a lo más cerca que el yo poético ha estado del cielo. Por otro lado, los cantos desde un presente amargo, triste y vacío son los anclados a la tierra. No obstante, hay otro punto que debemos tener en cuenta: lo extraordinario de lo cotidiano. La vida, como hemos dicho, se compone de «las pequeñas cosas», de momentos excepcionalmente breves pero, aun así, plenos. Por tanto, todos los poemas, de un modo u otro, habitan entre lo mundano y lo mágico, entre lo cotidiano y lo extraordinario, entre «la tierra y el cielo».

Eso nos lleva a hablar del otro gran tema del poemario: el amor. Al igual que para hablar de la muerte, para hablar del amor Neri nos habla desde la madurez, desde un amor basado en el más absoluto respeto y la complicidad con la amada. No es un poeta romántico, pero sí un autor extraordinariamente sensible. Su percepción minimalista de la vida es también la del amor profundo. De hecho, la pérdida de Sapienza lleva al autor hasta Aviñón, donde emerge el primer grito poético por la muerte de su amada, de desgarradora emotividad aunque simple en su forma. Conviene aquí hacer un apunte interesante: Neri ha viajado por el Mediterráneo durante años y los años con su esposa podrían considerarse también un viaje, al menos metafóricamente. El concepto temático del viaje es importante porque nos permite entender sus versos: si decimos que nuestro poeta ha hecho un viaje en su recorrido con Sapienza, debemos decir también que ese viaje le ha hecho a él. Es decir, él es quien es porque solo a través de su amor —de su viaje— ha llegado a ser así. De esta manera, se da una paradoja: el autor hace un camino, pero el camino le hace a él también. Quizá quepa, en este sentido, una comparación con Dante y su Divina comedia, que resumiremos de forma sucinta: Dante, al igual que Neri, pierde a Beatriz y se embarca en un viaje por los infiernos para recuperarla. De nuevo estamos delante de un viaje que, al hacerse, va haciendo a quien lo recorre. También ambos abordan el amor desde el equilibrio, desde la certeza, desde la «edad madura». Y, en torno a lugares míticos, recuerdos, experiencias y un dolor abrumador, ambos construyen una cosmogonía que está a caballo entre lo real y lo imaginario. En el caso de Dante, eso sí, se contraponen la tierra y el infierno; en el de Silvestro, el cielo y la tierra, pero en ambos casos debemos fijarnos en la importancia de la diferenciación espacial. Dicha diferenciación —así como el resto de similitudes aquí esbozadas— podría ser objeto de un análisis más detallado, si bien no parece este el momento oportuno para ello.

Para finalizar, debemos hacer un rápido análisis formal del poemario, una vez abordada la cuestión temática y significativa. El poemario gusta de ser atrevido desde un enfoque lingüístico, con alteraciones del orden oracional lógico y, muy especialmente, con la supresión de la puntuación. Estos atrevimientos formales se deben a la voluntad de Neri de expresarse de forma diferente en función del «espacio» que ocupa el poema. Así, los poemas más cercanos al cielo son los más carentes de signos de puntuación y los más apegados a la tierra se ven constreñidos por esta. De esta forma, se aprecia el afán formal, porque romper con el molde establecido conforme nos alejamos de lo mundano. En este sentido, recuerda levemente nuestro autor a Vicente Huidobro y su Altazor, donde el lenguaje se desintegra progresivamente conforme la realidad va quedando atrás. Sería interesante ver —quizás en un futuro— los cambios en los versos de Neri conforme se aproxima a niveles superiores de «consciencia» en sus versos.
Por otro lado, el atrevimiento vanguardista se ve compensado con dos características que hacen de este poemario una obra tan compleja como equilibrada. En primer lugar, quisiéramos hacer mención a la finezza con que nuestro poeta se expresa: hace gala de un comedimiento y de una elegancia que, lejos de hacerle parecer apático, transmiten el profundo respeto por aquello de lo que habla. Neri escoge sustantivos cargados de significaciones como cuadro, luz, canto, cometa, laurel, fuegos, ocaso y muchos otros, pero los combina con frases sencillas, sin complejidades estéticas innecesarias. Podría decirse que escribe como si en su mano tuviese un escalpelo, incidiendo con la presión justa para que el texto vibre y salpique al lector, pero sin teatralidad ni artificio. En este sentido, deseamos rescatar una cita de Julio Cortázar que nos parece particularmente valiosa: «El escritor joven tiende a ser barroco, porque no tiene nada que decir». Se evidencia aquí la serenidad que define a Neri en el hecho de que huye de todo barroquismo, de todo exceso: el vocabulario está pulido, limado y equilibrado; la simpleza de cuanto dice en sus versos tan solo sirve para que tenga mayor contundencia.

En segundo lugar, quisiéramos comentar el dinamismo y el colorido que inundan los versos de este poemario. Los poemas emplean con frecuencia términos que connotan o bien un cierto movimiento como discurre, arroyo, cometa, crecimiento o subir o, incluso, un marcado cromatismo. En este último caso, antes de poner ejemplos, baste decir que en el poemario aparece pintada una amplia gama de colores. Todo ello contribuye a crear una sensación a caballo entre el frescor y la calma, entre lo impetuoso y lo sereno. Vemos con estos contrastes la que seguramente sea la máxima del poemario a nivel compositivo: una construcción simétrica, basada en contrastes antagónicos. Ya hemos visto varios de estos contrastes y colocarlos juntos nos hace comprender que se trata de una construcción minuciosa, medida verso a verso, poema a poema, canto a canto. Solo así puede componerse un poemario formalmente tan centrado y fresco.

Como conclusión, acaso queda pensar qué ha querido decirnos Neri. Personalmente, yo dudo de que quisiera escribir sus versos para decirnos algo a nosotros, sino más bien para dejar salir algo suyo. Es por esto que me atrevo, a título personal, a considerar esta obra como una ventana hacia la subjetividad del autor, de forma que su yo poético se corresponde, en cierto modo, con el hombre. No es casualidad que el propio libro tenga un poema titulado «Canto del espejo» porque quizás es así como funciona: un espejo, que entre el hombre y el reflejo —entre lo real y lo ficticio, entre la tierra y el cielo— nos muestra a un poeta tan atormentado como sensible. Su perfección técnica y su significación profunda son notables, claro, pero tal vez el mensaje más necesario e importante del libro es que, en última instancia, nos habla de un hombre, Neri, que sencilla e irremediablemente, echa de menos a su esposa.

Manuel Santana Hernández. Universidad de Alicante

Comentarios

Entradas populares