Si el doctor Jekyll levantara la cabeza...

Si algo está desvelando en este estado de alarma y confinamiento es el Señor Hyde que todos llevamos dentro.
Porque hay días en los que uno recobra la serenidad y otros en los que “el animal se despierta y contemplamos horrorizados e impotentes los actos acometidos por ese monstruo que no deseamos ser, pero que inevitablemente somos”.
Robert Louis Stevenson (Edimburgo, 1850) creó un relato magnífico en el que supo conjugar con maestría las claves de la intriga y el terror.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde” (1886) está disponible en nuestro catálogo virtual de Jábega para su lectura y descarga. 
Desde las primeras líneas nos introduce en las misteriosas costumbres del abogado Mr. Utterson, narrador testigo implicado desde el principio en el devenir de la historia.
Mr. Utterson “jamás iluminado por una sonrisa, frío, parco y reservado en la conversación” tiene por costumbre realizar paseos dominicales junto un pariente lejano, Mr. Richard Enfield, en la ciudad en la que ambos habitan, Londres.
Al pasar por una de las callejuelas de sus barrios comerciales la aparición de “un siniestro edificio”, lleva a Mr. Enfield a recordar un incidente que tuvo lugar junto a esa misma casa, con un tal Mr. Hyde, que intentó huir tras atropellar a una pobre niña. 
El aspecto del Mr. Hyde a ojos de Mr. Enfield nos intriga desde el primer momento y nos insta a pensar que estamos ante un ser monstruoso, en apariencia y actos. 
“No es fácil describirle. En su aspecto hay algo equívoco, desagradable, decididamente detestable. Nunca he visto a nadie despertar tanta repugnancia y, sin embargo, no sabría decirte la razón. Debe tener alguna deformidad. Esa es la impresión que produce aunque no puedo decir concretamente por qué. Su aspecto es realmente extraordinario y, sin embargo, no podría mencionar un solo detalle fuera de lo normal. No, me es imposible. No puedo describirle. Y no es que no le recuerde, porque te aseguro que es como si le tuviera ante mi vista en este mismo momento”.
Hace unos días tuve ocasión de participar en el Cineforum sobre el documental “Crip Camp”, sobre la revolución que se inició en los años 70 en un campamento de verano para personas con discapacidad en EE. UU.
“Los normales” nos hemos pasado la vida relegando a la categoría de “monstruos” a todas las personas diferentes, ya sea por su discapacidad física, sensorial o intelectual. 
Iconos de cuentos y películas como “El Jorobado de Notre Dame”, “La Bestia” de Bella o “Mr. Hyde” nos han servido para crear fronteras insalvables entre lo permitido o no en convivencia, en sociedad.
Y, sin embargo, erramos en todo. En nosotros conviven las discapacidades y capacidades, las fortalezas y debilidades; las conductas aceptadas socialmente y las rarezas.
Leía también en estos días “Los asquerosos” de Santiago Lorenzo que ha creado un personaje fascinante, Manuel, que encuentra placer en lo que la mayoría describe como un martirio personal: la búsqueda de soledad.
“Se supone que la soledad es el gran mal que aqueja al hombre contemporáneo. A él toda le parecía poca. (…) Pasaba la vida sin precisar conjunción humana, y sin más vector de relación con sus semejantes que los recuerdos que guardaba de ellos. (…) Él atesoraba con avaricia los días de clausura”.
Más allá de las diferencias genéticas o las actitudes y decisiones que cada cual toma para hacer su camino, hay algo que nos une a todos: el deseo de saber qué nos hace felices como seres humanos.
Esta pregunta, tan sencilla a priori y tan compleja a la vez, sobrevuela el documental “Crip Camp” y la novela de Santiago Lorenzo para recordarnos que no somos tan distintos y que somos muchos los que ante las mismas preguntas responderíamos igual.
Manuel, el protagonista de “Los asquerosos”, “se sometía periódicamente a ese test de tranquilidad/felicidad que, en cinco etapas, consiste en preguntarse dónde te gustaría estar ahora (1) y haciendo qué (2). Y qué obstáculos te impiden estar allí haciéndolo (3), para eliminarlos (4) y entregarte a lo apetecido (5).
En este fragmento reside el activismo político de los personajes de nuestras lecturas favoritas, convertidos en personas cuando los leemos y los disfrutamos en post de nuestra ansiada libertad para ser como queramos, para disfrutar de nuestras rarezas en cuerpo y alma, para que ninguna Ley mordaza delimite nuestro derecho a la libertad de expresión y de manifestación.
Leyendo a Stevenson y adentrándome en los misterios que llevaban al Dr. Jekyll a querer convertirse en Mr. Hyde, he entendido como lectora que debo “dejarle ser”, permitirle experimentar con su parte oscura, sin reproches ni acusaciones, como él lo hizo (como estoy aprendiendo a hacerlo con los demás y conmigo); con naturalidad y aceptación.
“Cuando vi reflejado ese feo ídolo en la luna del espejo, no sentí repugnancia, sino más bien una enorme alegría. Ese también era yo. Me pareció natural y humano”.
Quizás no haya que bucear mucho para descubrir lo que nos hará mejores personas cuando acabe el confinamiento.
Quizás lo único necesario cuando volvamos a abrir las puertas de nuestras casas sea hacer efectivo lo de siempre: vivir en plenitud y respetar al prójimo; vivir en libertad.

“Pienso todo el tiempo en Manuel. Lo veo metido en una campana de vacío de la que hasta yo quedo fuera. Llevará el rostro templado del hombre que en vez de cumplir años cumple con ellos”.
Feliz lectura.

Ana Robles
20 de abril de 2020.

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