La cruz de la pasión, de José Antonio Sopesén y Ana Rosa Díaz

Lo primero que pensé cuando comencé a leer esta novela —escrita por mis dos buenos amigos José y Ana—, fue que se trataba de un disparate y ambos estaban locos. Pero se trataba de una locura tan divertida, que una vez que inicié la lectura no fui capaz de abandonarla hasta que la terminé. ¡Hacía años que no me sucedía algo así! Ahora quiero compartir con otros lectores mi experiencia, con la certeza de que ellos se lo van a pasar tan bien como yo.

La anécdota es la siguiente: En un viejo y ruinoso caserón sevillano que ha sido puesto a la venta, una cruz que aparentemente no tiene ningún valor es robada. A partir de ahí, las situaciones y personajes más surrealistas se van encadenando en crescendo, hasta desembocar en un final vertiginoso, que posee un ritmo cinematográfico. 

La sobreabundancia de escenas sexuales de todo tipo y condición es de tal desmesura e incluso gratuidad que consigue crear una sensación de irrealidad e irreverencia, muy alejadas del tono solemne y aburrido de lo políticamente correcto que desde hace ya tantos años venimos sufriendo en la vida pública en general. Y sin embargo, en el paseo que se hace por la historia de España, este juguete intrascendente y cómico que se nos presenta a los lectores se vuelve amargo y hasta esperpéntico. ¿Cómo obviar la crítica social a una burguesía, a un país endogámico, inculto y atormentado por el peso de una Iglesia que todo lo controla, incluso —o sobre todo— el espacio más privado del individuo, su sexualidad? Lo cierto es que los dos tonos se armonizan, de la misma manera que los dos escritores encuentran una sola voz en la que, mágicamente, se fusionan sus dos voces, sus dos personalidades.

Otra de las cuestiones que me planteé era si se trataba de una de esas novelas que tienen su punto de partida en una historia real. Es decir, ¿había existido Carmencilla?, ¿hubo alguna vez un Bartolomé y un Federico?, ¿vivían en alguna de las viejas mansiones sevillanas, bajo otro nombre, Casto y Eva? Aprovechándome de la posición de privilegio que supuestamente me otorgaba mi relación de amistad con los autores, les pregunté sobre el particular directamente. ¿Su respuesta?: “La realidad siempre supera la ficción”. Completamente insatisfecho, insistí en el particular, pero ellos zanjaron el tema con un evasivo: “Eso, que lo decidan los lectores”. Ante semejante descaro, sólo me queda recomendarles a ustedes la lectura de la novela, a ver si alguien sabe darme una respuesta.

La cruz de la pasión la encuentras, como siempre, en nuestra Biblioteca.

Juan Antonio Cabezalí Fontenla. Profesor en Escuelas Francesas de Sevilla

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