LA MÁQUINA DE HACER VERSOS. MANUAL DE INSTRUCCIONES Linterna, de Juan Manuel Villalba

Valencia, Pre-Textos, 2017

Con la publicación de Linterna, un sólido poemario de título más que significativo, el poeta Juan Manuel Villalba (Madrid/Málaga, 1964) vuelve al complicado ruedo poético después de casi quince años. Y es que su trayectoria literaria, de enorme coherencia y poco complaciente con las modas al uso, ha ido construyéndose y cimentándose poco a poco y libro a libro. Desde aquel lejano (y sorprendente) Húmeda, Húmeda Alcoba (1984) hasta los más cercanos (e inquietantes) Fondo (1992), Todo lo contrario (1997), e Indignación (2002).

Juan Manuel Villalba comenzó a publicar justo en plena vorágine de la conocida (y a veces injustamente denostada) “Poesía de la Experiencia”, de la que tomó alguna de sus señas de identidad más fructíferas y duraderas (visible todavía en algún poema de este último libro, en “Faltar un día”, por ejemplo, una breve anécdota, las consabidas faltas a clase durante la niñez, se convierte en excusa para convertir el mercurio de un termómetro en metáfora de la vida futura: “Cómo no sumergirse en el mar bajo la cama / y recoger los astros dispersos y brillantes, / y formar una gota, un sol de plata, / la primera y helada maravilla, / aviso del desastre / de todo lo que estaba por venir”); y es que el poeta supo esquivar a tiempo la inanidad semiadolescente en la que naufragaron mucho poetas dotados y escribir una poesía de hondo calado y largo recorrido (léase como ilustración el descarnado poema “Teoría del caos”, de Todo lo contrario, convertido ya en un clásico de la transparencia expresiva).

Linterna es un poemario que juega desde su propia estructura con la intertextualidad más significativa: cada una de las dos partes en que se divide el libro, “Retrato del poeta adolescente” e “Hijos de suicidas” remiten a dos conocidos (y recurrentes) textos, Retrato del artista adolescente, de James Joyce, quizás la mejor novela jamás escrita sobre la iniciación; e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, un poemario que viró el rumbo de la poesía española allá por los años 40. Y, precediéndolos, un poema (titulado precisamente “Poemas”), que funciona a la vez como preámbulo y síntesis de lo que vamos a encontrar en el resto del libro: un conjunto de reflexiones acerca de la escritura poética dirigidas a un aprendiz de poeta (en el que el autor además se reconoce) desde las que se defiende la insobornable esencialidad de la creación literaria: “Y ahora, con las manos vacías y con frío, / atrévete a sentarte y cuenta la verdad”.

El poeta realiza un poco complaciente viaje por la creación poética llevando de la mano a ese poeta en ciernes al que además de advertirle de todos los peligros que, como cantos de sirena, tratarán de seducirle y apartarle del verdadero camino (así, los naufragios del amor, las emociones o los sentimientos), le conmina también a ser valiente, a despojarse de todo lo accesorio y presentarse solo y desnudo ante la palabra, aunque haya que renunciar a los siempre efectivos fuegos de artificio. “Si los versos perduran y pasan de alma en alma / nada importan los huesos y la carne” porque “tu oficio es dejar huella quitándote de en medio, / decir solo lo nuevo, o lo aún no pronunciado, / sin que tu vida tenga la menor importancia”.

Es necesario además tener cuidado con las trampas del fingimiento y con las emociones del “otro”, porque la realidad puede ser mucho más cruel que la palabra escrita: “Todo será peor cuando lo escrito / alcance a lo vivido en el centro y la raíz.”

A veces las comparaciones, largas y dentadas, dejan un regusto a víscera expuesta y vergüenza ajena: “Es como responder -como un milagro cumplido- / a la sonrisa limpia y luminosa / que una muchacha le dirige / al hombre enamorado que no has visto  / y está justo detrás de ti.”

La segunda parte, que puede leerse como un ajuste de cuentas con el pasado y que desdice irónicamente todo lo anunciado, trae a la memoria los días de la escuela, los padres (tan lejanos e infelices), los despertares tras una noche de borrachera o las antiguas canciones de la radio, para acabar con una nueva y desoladora comparación: “Si vuelves la mirada y te contemplas / te ves sentado y quieto, pasmado como un pájaro / que alguien sin esperanza olvidó entre las literas / de un viejo submarino abandonado.”

En definitiva, un libro que huye de miradas y lugares comunes, falsamente emotivos, y que deberían leer todos los aprendices de poetas (y también, seguramente, muchos de los poetas adultos y consagrados). Porque “el mar es una máquina de versos” y hay que aprender a manejarla.

Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta, nos acerca esta semana a Juan Manuel Villalba

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