Recomendación de la semana: El señor de las moscas, de William Golding



Me encantan las historias de náufragos. Son mis favoritas. Me gusta mucho leer cómo se desenvuelven en un entorno cerrado, aislados del mundo, y con los míseros restos de una comodidad recientemente perdida, limosnas de una vida mejor que se completa con los escasos recursos que la naturaleza (y el autor) suele poner a disposición del pobre desgraciado que en esas se ve. Siempre hay una salida, claro, y a veces, los restos del naufragio son más que suficientes para el sustento y a veces, la naturaleza es espléndida y los náufragos pueden explotarla y vivir de manera acomodada.


Cuando empecé a leer la historia que os traigo esta semana, acababa de terminar Dos años de vacaciones, de Julio Verne. Todo un clásico del género, aunque no tan emocionante como La isla misteriosa, del mismo autor. Así que me enfrenté a un libro sobre niños náufragos con un doble condicionamiento: el de las historias clásicas de Robinsones y Capitanes Nemo con sus finales felices y sus mensajes en pro del trabajo duro y del valor del esfuerzo, y el de unos niños (algunos un tanto repelentes) que son capaces de crear una sociedad perfecta y armoniosa aun fuera de la civilización. Sin embargo, al adentrarme en la lectura me encontré con la cruz de las novelas de náufragos. 

Pese a la similitud temática y de trama con la novela de Verne (los conflictos de poder entre un grupo de niños en una isla desierta), en esta historia, los personajes abandonan pronto la vía del esfuerzo y del trabajo en pro de un ocio que no enriquece, ni fortalece, sino que los hace presa fácil para que se imponga la ley del más fuerte. Tampoco hay redención y ni arrepentimiento, sino en las últimas páginas, cuando son por fin conscientes de la pérdida de la inocencia que para ellos ha significado toda la experiencia.

El libro en Jábega2
Es una historia cruda y difícil en la que la sociedad civilizada que llevaba el grupo cuando lograron sobrevivir a un accidente de aviación va siendo paulatinamente olvidada, y los símbolos (la caracola que otorga el permiso y el poder y que encarna el orden) pierden su eficacia para dar paso a los recordatorios inmisericordes del poder del salvaje: el Señor de las Moscas está ahí para recordar a los débiles quién ostenta en realidad el poder y de paso enseñarnos, a aquellos que lo leemos, cómo nacen los mitos y los tabúes. Todo está permitido y no hay lugar, en un mundo en el que nadie ejerce el control, para las voces de la razón. Tampoco hay remordimientos, al menos, no en la isla y con la Bestia suelta, no cuando alguien duda del poder de Jack.


Un fantástico libro que muestra la descomposición de la sociedad no por la tecnología, no por los abusos al medio ambiente, ni por catástrofes naturales, sino porque la Bestia no campa por el monte, ni por el interior de la isla, sino dentro de cada personaje. ¿Acaso hay que buscar lobos fuera de los bosques y de los zoológicos? Ven a la Biblioteca y compruébalo en este libro grande grande grande, o en película.


Reseña de Remedios Herrera Gutiérrez. Sección de Adquisiciones, Préstamo Interbibliotecario e Información y Referencia

Comentarios

  1. está novela es brutal y nos reconoce como sociedad de una manera muy intensa, buena recomendación nos nos olvidemos y luchemos por diferenciarnos de las bestias :)

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    1. Si que es brutal. Un muy buen recordatorio de que somos animales sociales y que debemos luchar por no dejar que el instinto se apodere de nosotros. Un comentario muy acertado, Manipulador de alimentos. Gracias.

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