POESÍA Y VIDA. Exceso de buen tiempo, de José Antonio Mesa Toré, Madrid, Visor, 2017
Contaba Gil de Biedma (y escribo de memoria) que un día le confesó a Ángel González que a veces se avergonzaba de que su brevísima obra poética concitara tanta atención crítica, a lo que el poeta social, humilde y socarronamente, contestó: No, Jaime, no te creas, yo tampoco tengo tantas obras, lo que tengo son muchas “sobras”.
Y el conjunto de la obra de José Antonio Mesa Toré (que dirige desde hace años el Centro Cultural Generación del 27) está más cerca (por cualquier lado que se la mire) del poeta catalán que del asturiano.
El nombre de Mesa Toré comenzaba a sonar en el panorama poético nacional en 1991, tras la publicación de El amigo imaginario, un excelente libro generacional que recibió el VIII Premio Rey Juan Carlos de Poesía; siete años tardaría en publicar su siguiente poemario, La primavera nórdica (título tomado de un verso de Cernuda y que contiene poemas tan redondos como “La alegre militancia”); finalmente, dieciocho años después, ve la luz este Exceso de buen tiempo (Premio Internacional de Melilla en 2016), su tercer y, por el momento, último poemario.
El título, entre la ironía y el homenaje, está tomado de una postal que Emilio Prados escribiera a Manuel Ángeles Ortiz disculpándose por el retraso en una publicación: “La revista no ha salido por exceso de buen tiempo”; con este préstamo Mesa Toré hace un guiño irónico tanto a su lugar de trabajo (y su ciudad) como a los casi veinte años que el poeta llevaba sin publicar.
Y quizás uno de los mayores valores del libro sea ese tono entre calmo y reflexivo, de casi íntimo diario, (como lo atestiguan los títulos de algunos poemas, “Mísero Mesa Toré” o “Yo a los cuarenta”) que recorre las vivencias de las dos décadas fundamentales en la vida de cualquiera: los cuarenta, en que comienza a decirse adiós al entusiasmo y el ímpetu juvenil; y los 50, cuando ya asoman, inmisericordes, los estragos del tiempo. En medio, los amores, los amigos, la vida doméstica, la paternidad, y la poesía (omnipresente siempre: “A veces no sé si hablo de una mujer o de la Poesía. / ¿No me duelen las dos por todo el cuerpo?”). Un excelente y sólido grupo de poemas que divide y compartimenta la vida en tres estancias/momentos de títulos más que significativos: “Primavera tardía”, “Libro de familia” y “Con la edad de plata”.
La intertextualidad y los homenajes (implícitos o explícitos) son la espina dorsal que sostiene y vertebra todo el libro: de Emilio Prados a Cernuda, de Machado a Dámaso Alonso o Gil de Biedma, de Moreno Villa a Juan R. Jiménez (sin olvidar los más cercanos, Aurora Luque, Francisco Fortuny o José Antonio Padilla); y es que la poesía, el quehacer poético, se nutre sobre todo de la propia poesía, y a su través, de la incierta lucha con las palabras: “Y vino primero una, y se posó muy leve en la hoja en blanco”.
A veces, las agudas (y paradójicas) reflexiones contenidas en las citas sirven de punto de partida a poemas cargados de irónica melancolía, como el titulado “Nunca es tarde para tener una infancia feliz”: “Tenemos más pasado que futuro. / La botella vacía del presente / se rellena con vino avinagrado. / Más recuerdos tenemos que memoria.” Aunque en otro poema se afirme la imposibilidad de recuperar el tiempo ido: “y abandona / esa estúpida idea de que el tiempo / marchito se conserva en la mirada / de los versos que ahora escribes”.
Sin embargo, los recuerdos más cotidianos sí que pueden encerrarse en la esencial brevedad del haiku, la composición que protagoniza el lúdico intermedio titulado “Aburrimientos”, a los que el propio autor llama “la pequeña novela de mi vida” (publicados, por cierto, de forma exenta, en una cuidada edición de la Imprenta Sur), y que funciona como contrapunto a la gravedad reflexiva de la mayor parte del libro: “En un garaje, / el parasol, la hamaca, / aquel verano.”
Otros acontecimientos más determinantes, como la llegada de la hija y el estreno de la paternidad, permiten la reescritura melancólica (otra forma de recuperación) de los recuerdos infantiles y de la presencia materna; pasado y presente se dan ahora la mano en “Pájaros en el nido”, uno de los poemas más emotivos del libro (en un poeta que siempre ha sido poco proclive a dejarse llevar por las emociones): “Mira cómo se acerca la pequeña Amélie / y en la palma borrosa de tu mano / pone la pedrería púrpura casi negra / de una granada, el sol de una naranja, / este racimo de uvas goteante de miel, / tan amargas, tan vívidas, tan dulces. / Para que seas tú quien las lleve a su boca.”
Los dos últimos poemas del libro “Razones para el silencio” y “La vuelta a la poesía”, de expreso contenido metapoético, sirven ya para sellar la reconciliación entre el poeta y la poesía, entre la vida y la palabra: “Y sin embargo, cuando pasas la noche en blanco / dándole caza al vuelo ciego de las palabras / para ponerle nombre –una vez más siquiera– / a todo cuanto es digno de honrarse bajo el cielo, / al apagar la lámpara ningún placer se iguala / a ver cómo en los dedos fosforece / –tan frágil y tan breve– el oro virginal de una quimera.”
Antonio Aguilar. Catedrático de Lengua Castellana y Literatura, Doctor en Filología Hispánica y Profesor Colaborador Honorario de la Universidad de Málaga. Dramaturgo y poeta... nos trae esta semana los versos de verano de José Antonio Mesa Toré en Exceso de buen tiempo
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