“SUR” de Antonio Soler, los oscuros latidos de la ciudad. Leído en otros blogs

Visitamos el blog de nuestro querido Siroco para encontrar una recomendación de lujo: Antonio Soler. No creemos necesario añadir nada más, excepto que en nuestra Biblioteca no puede faltar este malagueño imprescindible.

Comienza con un poema de José Luis González Vera, unos versos de su poemario “Los barrios lentos”;

Este era nuestro pan de cada jornada/la imagen simple y sepia de la vida,/la puta realidad/paciente como un francotirador”.

No hay buena literatura que pueda provenir de la felicidad. Es el dolor, el sufrimiento y hasta el drama el que nos inspira. No para regodearse, sino para superarlo compartiendo la palabra.

Una voz potente de los otros (de todos los que conviven en la ciudad, a veces con una sórdida existencia y otras con la esperanza del triunfo) emerge en esta espléndida novela de Antonio Soler.

El comienzo es un cuerpo encontrado en un descampado de la Avenida Ortega y Gasset, devorado por las hormigas

La lectura de “Sur”,  impacta y trastoca en múltiples ocasiones. Es una cosa pretendida. La novela se bifurca y retuerce sobre sí misma, volviendo a un punto anterior y avanzando airosa, librándose de las posibilidades de parálisis. Un laberinto cada vez más atrayente donde el lector llega a identificarse con los otros: Céspedes, El Atleta, Guille, son eslabones de micromundos de una ciudad donde la muerte ronda sin rumbo, donde la vida y la noche respiran, una, la vida, ardiendo con un terral que todo lo impregna y otra, la noche, expandiendo la esperanza del mañana; es el territorio temporal y atmosférico de la novela, el período donde se desarrolla:

“La noche sí respira, la noche sí tiene pulso, es un pulmón negro y lento que se expande y se contrae sobre todos nosotros”.

No soy de Dublín, soy de corazón malagueño. No leí el “Ulises” de Joyce (ni creo que lo lea) Pero si he leído “Sur” de Soler, y como si poseyera unas antenas que me conectaran simultáneamente a todas las vidas de la ciudad, he disfrutado de este cuadro “puntillista”, de este caleidoscopio de voces entrecruzadas, de este canto multicoral que me ha tenido en ocasiones perdido en su laberinto, pero el que finalmente he surcado y salido triunfante.

“La ciudad se oscurece. En el descampado donde amaneció Dionisio Grandes Guimerá los cardos, la tierra, las ramas secas empiezan a perder su color ocre y se van tintando de oscuro. Se van borrando los límites. Recalentando la tierra, borrosas las gotas de sangre que allí cayeron de la primera jeringuilla que los médicos introdujeron en sus venas. Intubado. Las hormigas rebuscan entre colillas consumidas, descoloridos envoltorios de plástico, latas de cerveza aplastadas, hojas, papeles resecos, y sobre todo eso, sobre ese páramo marrón, recibiendo la última luz del día, la inmensa foto de un hombre abrazando desde atrás a una mujer preside ese inminente reino de sombras”.

Una novela imprescindible.

Víctor

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