Un país bajo sospecha: la maldición de Josef K.

La historia moderna y contemporánea ha demostrado que la vida puede parecerse demasiado a una novela de Kafka.
El día que cumplí dieciocho años me negué a ejercer mi derecho al voto. Me declaraba “apolítica” y reivindicaba la opción a no participar en las urnas, a no aferrarme a una única opción para descartar otras.
Con el tiempo entendí que lo que detestaba y detesto es ese afán por atacar al contrario, ese “criticar por criticar” y responsabilizar de nuestros males a los dirigentes y representantes de nuestras instituciones públicas; y que, por supuesto, querámoslo o no, todos somos seres políticos y no podemos evadir nuestra responsabilidad social aunque haya cuestiones que se escapen de nuestro entendimiento.
La escritura en sí misma no está exenta de compromiso. Escribir no consiste solo en accionar el lenguaje, el escritor es un ser comprometido con su tiempo. No se trata de confundir compromiso con posiciones políticas progresistas, denunciatorias o revolucionarias; es más sencillo. El escritor es un ciudadano que lleva su yo a lo largo de los años y el ancho del mundo y tiene el poder de modelar conciencias y despertar sensibilidades. El acto de escribir es un acto responsable y cívico; siempre intento transmitírselo a mis alumnos y alumnas.
En estos días de confinamiento en los que la mayoría, por unas circunstancias u otras, vivimos pegados al móvil, saturamos los canales de comunicación vociferando críticas a diestro y siniestro, como si subastáramos pescado o acribillásemos al árbitro que nos arrebata la victoria de nuestro equipo. 
Pero no es suficiente la queja para sanar un país, deberíamos sumar todos y de todas las formas posibles; yo intento hacerlo desde mi rincón de lectura.
Recibimos y enviamos a diario miles de mensajes de WhatsApp y generamos con ello un alto impacto de basura tecnológica insostenible, por eso me gustaría aprovechar este foro, como bibliotecaria y profesora de escritura creativa, para hacer un llamamiento a todos los lectores y lectoras y pedirles un instante de reflexión para pensar en lo realmente importante en estos momentos: escuchar el testimonio de los afectados por el Covid19, su experiencia y su realidad; porque aunque suponga una molestia para el resto no poder disfrutar de la vida en la calle, solo ellos y sus familiares están viviendo una auténtica pesadilla kafkiana; han dejado de ser ciudadanos del mundo para sentirse como Josef K la mañana que se inició su Proceso.
Ninguno de ellos, en su estado de aislamiento, logra entender por qué se ha generado la situación en la que viven y qué o quién se responsabiliza de su salud (o mejor dicho, de su falta de salud) y de su futuro incierto.
Así y no de otra forma se sentía Josef K y lo expresaba su autor. Así exprimía la mayor de las angustias a la que podemos enfrentarnos: el desconocimiento ante una situación crítica e inesperada.
Considero que éste es un buen momento para adentrarnos en el universo de Franz Kafka (Praga, 1883- Kierling, Austria, 1924) y realizar una inmersión directa en su interior enrevesado.
Nuestro mundo, más kafkiano hoy que nunca, se dibuja y desdibuja a base de situaciones difíciles de calificar, momentos que escapan a nuestro control y oprimen nuestras vidas más allá de la posibilidad de defensa. 
Lo kafkiano supone la negación de la libertad por una imposición superior que no podemos destruir ni vencer y ésta es la idea que orbita a lo largo de toda la novela que hoy presentamos.
“El Proceso” fue publicada en 1925 tras la muerte de su autor.
Su protagonista, Josef K, no sabe cómo defenderse ni a quién acudir para que lo ayuden; tan solo se refugia en Fräulein Bürstner, una mujer libre y solitaria que desencadenará en él una poderosa atracción.
Entre los personajes que desfilan por el relato destacamos al Tío Karl K., quien llega a la ciudad buscando cómo socorrer a su sobrino; también el enfermo abogado Huld, amigo del Karl K., un hombre con gran experiencia y habilidad para resolver este tipo de casos, pero que no consigue serle de gran ayuda; la extraña Leni, asistente del abogado que tratará de seducir a Josef y Karl K. en la casa del defensor durante el tiempo que dura el proceso. Y, por supuesto, un personaje vital, el pintor Titorelli, ocupado en retratar a los altos jueces del tribunal y que será el único que desvele a Josef K que “el tribunal se pierde entre muchas sutilezas” y que “al final, extrae de cualquier parte, donde no había antes nada, una gran culpa”.
En el año 2016, en el Teatro Echegaray, tuve la ocasión de disfrutar de la adaptación de la novela, realizada por Belén Santa-Olalla y protagonizada por actriz Alessandra García en el papel de Josef K. 
Nunca antes había disfrutado tanto del universo kafkiano y la fuerza de sus personajes, prototipos de hombres desvalidos y desorientados, zarandeados y amenazados por instancias ocultas que distorsionan lo cotidiano.
Al recordar la puesta en escena y releer ahora la novela, inconclusa para su autor, pero certeramente inacabada por el mecanismo y el mensaje que encierra, para su editor y amigo Max Brod; rememoro la soledad de su protagonista y me parece un calco de la soledad de los enfermos de Covid 19 y sus familiares.
Pese a mi carácter optimista, siento como propia su inmensa soledad ante “la maquinaria de la justicia compuesta de grados infinitos entre los cuales se pierden los procesados”.
Aunque parezca lo contrario releer a Kafka en este periodo de crisis no suma angustia a nuestro sufrimiento.
El maestro del existencialismo nos ofrece las claves para entender que el sentimiento de frustración, sometidos como estamos a la espera y el azar de lo que nos depare el futuro, es común a todos.
Así que leamos, pensemos y actuemos. Cada día que pasa, es un día menos para conseguir que las cosas cambien.
Como dice mi amigo el escritor José Arcos “algo tendremos que reflexionar” porque después de esta guerra como en todas las anteriores “habrá dos bandos: uno ganador y otro perdedor, pero no habrá derrotados porque el enemigo es la propia civilización, y no se gana una guerra por suicidio”.

Ana María Robles, nos ha hablado de El proceso, de Franz Kafka para nuestras Lecturas en tiempos de crisis

Comentarios

  1. Del mismo modo que en tiempos de crisis muchas personas aprovechan la coyuntura para criticar de forma infundada al gobierno de turno con el único afán de derribarlo, también hay quien sostiene la tesis de que en tiempos de crisis no se puede criticar al gobierno, que hay que moderar la crítica, incluso acallarla por completo para mantener la unidad y el consenso, para sumar y no restar, y cosas así. Sugieren estas personas, no pocas estos días, pensar en otra cosa, en las víctimas, por ejemplo, y no cuestionar a los dirigentes políticos.

    Si de verdad queremos ser ciudadanos comprometidos, eso es justamente lo que no debemos hacer. Precisamente en tiempos de crisis es cuando más necesarios son los ciudadanos comprometidos, aquellos que entienden que cuestionar las decisiones del gobierno es su obligación como ciudadanos. Quien disiente y lo hace con fundamente no es un enemigo del consenso o de la unidad, es un ciudadano comprometido. Eso es justamente lo que debemos hacer, especialmente en tiempos de crisis.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Los comentarios son moderados. No serán aceptados aquellos de carácter ofensivo o que no respeten las normas gramaticales.

Entradas populares