El protegido, de Pablo Aranda

Leía estos días a Sergi Pàmies y su libro de relatos “La bicicleta estática”, lectura que recomiendo por la calidad de su prosa y la originalidad de sus argumentos. 
En “La isla”, un histriónico relato sobre un padre que atormentado por el futuro económico de sus hijos decide hacerse un seguro de vida que incluya la opción del suicidio, encontré la primera reflexión sobre la novela que hoy comentamos, “El protegido”, de Pablo Aranda (Málaga, 1968), disponible en la colección virtual de nuestro catálogo Jábega. 
“La mujer me dijo que la suya era la única empresa del sector que cubría el suicidio. Me sorprendí, aunque procuré que no se notara. Ella prosiguió: Suicidarse no es fácil. No puede imaginar lo que llega a hacer la gente para no morirse”.
Sergi Pàmies
Aparte de provocarme unas risas, el humor negro nunca viene mal en la situación que vivimos, me llevó a pensar que estaba ante la afirmación más sólida que he leído jamás.
Mantener vivos a nuestros personajes soluciona, me atrevería a decir, la mitad de los argumentos de todas las novelas escritas. El otro cincuenta por ciento lo abanderan las historias de amor y desamor y las consecuencias de la sufrida soledad.
El afán por no morir o evitar que los maten, en el caso de las tramas policiacas, lleva a los personajes de las novelas de ficción y no ficción a inventar las formas más extrañas y extravagantes de despertar la atención de sus lectores.
“Los personajes que me atraen suelen ser personajes cotidianos a los que la vida se le tuerce en algún momento y, al intentar salir del atolladero, se encuentran en el desfiladero”. 
Con esta frase presentaba el escritor malagueño su novela “El Protegido”, en la Feria del Libro de Málaga, hace cinco años.
Su protagonista, Jaime, un treintañero anodino que trabaja en una asesoría fiscal, hace lo imposible por huir de la soledad y evitar ser carnaza de un ajuste de cuentas motivado por el tráfico de drogas.  
Cuando comenzamos la lectura de la novela no imaginamos que se tornará en un thriller con tintes negros. 
Jaime tiene un hijo, Álvaro, que aún no ha comenzado a caminar. Un hijo que no es su hijo, pero que él decide hacerlo suyo para acercarse a su madre, Elena, un amor utópico que nunca se fijó en él, pero que decidió asumir su rol paterno para llenar el vacío que dejó el desconocido que la dejó embarazada una noche que no logra recordar.
Cuando la relación entre Jaime y Elena termina, Álvaro es aún un bebé y aunque Elena le promete que podrá visitarlo y estar con él siempre que lo desee, la distancia y los temores de separación definitiva impiden a Jaime alcanzar la felicidad junto a su nueva pareja, Inma.
La presencia del Álvaro en sus vidas, lejos de convertirlos en una idílica familia moderna, está “dejando de ser fácil” y tanto Jaime como Inma, ambos por separado, piensan en romper la relación.
Lo que se inicia como un conflicto personal en torno a los pros y contras de las relaciones paternofiliales ante una separación, “temía que el distanciamiento provocado por Elena fuese acostumbrando a Álvaro a una vida donde su figura sería más bien la de un familiar lejano”, se transforma en una ficción policiaca, turbia y enredada, un relato intimista sobre el paso de la juventud a la madurez, en el que la mafia, la inmigración, el tráfico de drogas y sus implicaciones económicas marcan el destino incierto del protagonista. 
Me viene a la memoria la novela que me dio a conocer al escritor paquistaní Hanif Kureishi, Intimidad, hace más de diez años. 
En ella, Jay, un escritor y guionista cinematográfico de cuarenta y pocos años decide abandonar a su mujer y sus hijos pequeños y marcharse de casa.
Toda la novela transcurre en los pensamientos del protagonista en crisis, quien desde el inicio nos muestra sus temores ante el acto que está a punto de acometer y que cambiará radicalmente su forma de vida.
“Esta es la noche más triste, porque me marcho y no volveré. Mañana por la mañana, cuando la mujer con la que he convivido durante seis años se haya ido a trabajar en su bicicleta y nuestros hijos estén en el parque jugando con su pelota, meteré unas cuantas cosas en una maleta, saldré discretamente de casa, esperando que nadie me vea, y tomaré el metro para ir al apartamento de Víctor. Allí, durante un periodo indeterminado, dormiré en el suelo de la pequeña habitación situada junto a la cocina que amablemente me ha ofrecido. Cada mañana arrastraré el delgado y estrecho colchón hasta el trastero. Guardaré el edredón impregnado de humedad en una caja. Y recolocaré los almohadones en el sofá.
No pienso volver a esta vida. (…) Será algo irrevocable, y tengo miedo, y estoy indeciso. De hecho, estoy temblando, y llevo así toda la tarde, todo el día”.
El mismo miedo y angustia de Jay están presentes en Jaime.
Ambas novelas abordan un tema de actualidad: la reclamada custodia compartida por un gran número de padres y escritores.
Así lo hace también el escritor malagueño Antonio Trujillo. En su última novela, “Purgatorio” (2019), con tintes autobiográficos, aborda las dificultades y penalidades de otro hombre, Alex, un padre separado que ansía disfrutar de su hijo, pero cuya custodia compartida le es denegada una y otra vez.
Las tres novelas y el relato de Pàmies comparten temores existenciales que nos hacen sentir las historias como propias.
Para ello, Pablo Aranda ha construido un narrador que, en un continuo fluir de conciencia, y a través de saltos temporales, nos hace partícipe de las dudas y contradicciones de su protagonista y nos desvela la trama que se complica a medida que avanza la acción.
“Alquileres. Calculaba de qué manera tendría que ajustarse para poder pagar un piso de dos dormitorios. Tenía un hijo. Una habitación para su hijo. Una casa para su hijo y él, los dos solos. Durante unos años podría bastar con un solo dormitorio. Dejó el periódico en la mesa, pagó y regresó despacio a la casa. No había contado con Inma. Una casa para su hijo y para él. Lo hería la culpa. En sus planes no había incluido a Inma”.
La voz del narrador y su capacidad de generar interrogantes me recuerda al estilo fresco y verosímil utilizado en otra novela que me cautivó y vio la luz en el 201, “La noche de los alfileres”, del escritor peruano Santiago Roncangliol; seleccionado por la revista Granta entre los mejores escritores de su generación.
La acción avanza a través del testimonio de sus protagonistas desde la edad adulta. Beto, Moco, Carlos y Manu comparten juntos el despertar de la sexualidad en un colegio de jesuitas en Lima y rememoran un acontecimiento dramático vivido durante la adolescencia, del que solo ellos saben la verdad.
En “El Protegido”, la voz del narrador imprime a la lectura un ritmo lento, enredado en descripciones y reiteraciones que, por un lado, le otorgan credibilidad, transformándolo en un personaje más con personalidad propia; pero por otro, reclaman la paciencia del lector que desea que la historia avance con la rapidez propia del género que aborda. 
Con todo, la novela se vuelve trepidante en su núcleo, y nos regala un desenlace protagonizado por una tercera mujer, Mariam; una joven universitaria, emigrante marroquí, que influirá en la transformación del protagonista, enamorándolo en una larga noche de complicidad e invenciones compartidas, en la que el autor consigue trasladarnos a los amores de la adolescencia.
“—¿Dónde nos conocimos? —le gustó que Mariam entrase en el juego, en la coartada, tan fácilmente.
—En la facultad. Siempre me ha interesado esa carrera y fui a secretaría a preguntar. Coincidí contigo allí, en la cola que avanzaba despacio, empezamos a hablar. Nos tomamos un café en la cafetería. Tiene cafetería tu facultad, ¿no?
(…)
Permanecieron unos pocos minutos en silencio.
—No te puedes imaginar lo que me alegro de que nos hayamos besado.
Mariam se puso la mano en la boca para que su risa nerviosa no sonase fuerte. El efecto produjo que pareciese llanto.
—Yo también —consiguió decir Jaime.
Era el juego más hermoso al que había jugado nunca”.
Quizás sea éste el momento adecuado para sumergirnos en un género, el policiaco, y en un libro, “El Protegido”, que más allá de la lectura individual de cada uno, nos traslade a otros escenarios y consiga lo que intentamos día tras día, de tantas formas y por todos los medios: evadirnos de la realidad sumergiéndonos un thriller de ficción.
Pónganse cómodos y disfruten, la aventura no ha hecho más que empezar.

Ana Robles
Abril de 2020

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